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Por Yessica De Lamadrid

Vivimos en una época donde todo es inmediato, efímero y superficial. Zygmunt Bauman lo llamó “modernidad líquida”: una realidad donde los vínculos se disuelven, las certezas se erosionan y el futuro aparece como una amenaza, no como una promesa. En este contexto, millones de jóvenes se están retirando silenciosamente del mundo físico y de la vida pública. No porque no les importe, sino porque no encuentran sentido ni refugio en una realidad gobernada por la inestabilidad, la exclusión y la desesperanza.

El mundo en línea no es solo una distracción, es una migración. Para muchos jóvenes, conectarse no es una elección banal, es una huida estructural de un mundo hostil, contaminado por políticas públicas fallidas, economías que no sólo los excluyen, sino que además no los entienden, sistemas educativos obsoletos y un modelo social que exige rendimiento sin ofrecer lo único que piden a gritos: pertenencia. Las redes no los aíslan; son, para ellos, el único espacio donde son y crean una comunidad. El gran peligro es que no sabemos quién gobierna ese espacio, ni qué intereses lo rigen realmente.

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Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.