Por Vivian Hunter
Me pregunto si los algoritmos de las aplicaciones de citas tienen un sentido del humor retorcido o si simplemente disfrutan de ver el mundo arder. ¿Cómo es que un hombre de 32 años aterriza en mi perfil de 71? ¿Qué clase de falla es esta? Pero ahí estaba él, con un cuerpo atlético, una sonrisa ganadora y una insistencia poco sutil en conocerme… en mi casa.
Claro, porque vivir con su hermano le impedía recibir visitas. Hasta que cedió. “Puedes venir a mi depa y, si está mi hermano, cerramos la puerta con llave”. Qué práctico, qué conveniente, qué… perturbador. Como si no bastara, en su entusiasmo por demostrarme su virilidad, decidió enviarme un video. Digamos que, de la cintura para abajo, lo único pequeño que tiene el cachorrito cachondo es la edad. ¿Quién les dijo a los hombres que nos gustan sus videos porno? Si quieren enseñarnos algo íntimo, que sea su estado de cuenta; quizá eso nos prenda más. Lo dejé seguir enviando material porque estaba en su oficina, y moría de ganas de que fuera sorprendido por su jefe y lo agarraran con las manos ocupadas.
No es que yo sea una mojigata. Después de todo, decidí entrar a la app con la intención de conocer a alguien. Pero aquí es donde el entusiasmo de una mujer madura con ganas de enamorarse choca con la cruda realidad: no tenemos los mismos miedos que los hombres. Mientras ellos se preocupan por si nos parecemos a nuestras fotos, nosotras estamos evaluando si saldremos vivas de la primera cita.