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Por Vivian Hunter

Las vacaciones siempre son una buena excusa para abrir Bumble en tierras ajenas y ver qué pescas. Y qué mejor lugar que una playa mexicana, donde los extranjeros parecen proliferar como cocos en las palmeras. Ahí estaba yo, deslizando entre perfiles, cuando me di cuenta de algo alarmante: los hombres y las fotos no se llevan bien. ¿Quién los asesora? ¿Un fotógrafo con carnet de chofer? Fotos borrosas, en contrapicada, abrazados de perros o nietos. ¿En qué momento pensaron que posar con sus nietos era una buena idea para una aplicación de citas? Pero entre tanta tragedia fotográfica, apareció él: el inglés elegante.

El inglés sabía vestirse, eso sí. En cada foto llevaba camisas perfectamente planchadas y con ese aire que tienen los europeos cuando creen que están un nivel por encima del resto. Fue eso, y solo eso, lo que me llevó a aceptar la cita. Quedamos en un bar a mitad de camino, porque él vivía en esta playa. Hasta aquí, todo bien.

Pero claro, no todo podía ser perfecto. Llegué, lo vi, y cuando sonrió… ahí estaba el hueco. Un diente ausente que no salía en las fotos (ni cómo culparlo). ¿Qué haces en esos momentos? Nada. Sigues adelante y tratas de no mirar fijamente el hueco. La charla fluyó, o algo así, porque no hablaba ni una gota de español. Pero a pesar de todo, el inglés tenía su encanto, y yo me dejé llevar.

Ahora, hay algo con Bumble que no entiendo: ¿por qué todos quieren besarte en la primera cita? El Chimuelo Inglés no fue la excepción, y lo peor es que lo dejé. Quizá fueron sus camisas, su acento o mi vino blanco. No lo sé. Lo que sí sé es que ahí debí haber parado. Pero no. Me contó que vive con su hija. Bueno, no exactamente con ella, sino en la planta baja de su casa, y que si alguna vez me quedaba, había una cama disponible. Me dijo que quería que fuera su “lady”. Lady Vivian, en una cama prestada, en la planta baja, mientras su hija duerme arriba. Qué encantador.

Ah, y fuma marihuana para relajarse. No es que me espante, pero si necesitas un cigarro de marihuana para calmarte, probablemente no estés en mi lista de maridos para los próximos años.

La pasé bien, no lo niego, pero cuando salí de esa cita, sabía que no habría una segunda. Necesito un hombre que sea independiente, con todos sus dientes, y que no tenga que pedir permiso para invitarme a su casa. El Chimuelo Inglés fue una lección más en esta aventura: a veces, lo que brilla no es oro, sino un reflejo de las camisas bien planchadas.

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