Por Tika Azcurra

Toronto, octubre 2002
Una tarde de domingo cualquiera en Buenos Aires. Salgo a caminar entre los árboles de hojas pintadas por el otoño y me sumerjo en el Mercado de Pulgas de Dorrego. El recorrido es como una visita a un museo de épocas pasadas y de ciudades refinadas; la Europa de fines del siglo XIX y principios del XX.
Camino bajo un sol tibio y me intercepta un auditorio de mononas tazas de té plantadas en sus platos, atentas a que inicie la función de historias y recuerdos. Las miro con esos colores tan ingleses y la inmaculada porcelana destaca con sus escenas, propias de jardines londinenses, con rosas, begonias y lilas engalanadas en ribetes dorados: un escenario perfecto para recuerdos de momentos únicos entre amigas y confidentes.
¿Qué secretos y memorias guardan esos tesoros? Un primer amor, los detalles del último baile, las lágrimas por un corazón roto, una propuesta de casamiento, la noticia de un bebé que llega o, simplemente, un momento entre amigas.
No existe tradición más común entre mujeres, y tal vez pocas conozcan que el ritual del té se remonta a mediados del siglo XIX, a la corte de la mismísima Reina Victoria de Inglaterra. La duquesa de Bedford, amiga íntima y dama de alcoba de la reina, moría de hambre cada tarde y no podía esperar hasta la cena. Cuentan los historiadores reales que pidió pan, galletas y pasteles, acompañados por un té Darjeeling de la India. Invitó a las otras damas al vestidor a compartir la merienda. La reina Victoria, al conocer la costumbre, se unió sin dudarlo y la hizo propia. De allí en más, el five o’clock tea es la tradición más británica del mundo.
Aunque no en Inglaterra, tuve la experiencia de un fantástico five o’clock tea en un viaje a Toronto. Una tarde, una colega canadiense me llevó a Clockwork, uno de los lugares en la ciudad donde se puede vivir la tradición inglesa del té de las cinco.
Desde que llegamos, cada detalle nos remontó a la edad de oro, con Gershwin al piano incluido. En cada mesa, había señoras con sombrero, taillleurs Chanel con polleras tres dedos debajo de la rodilla, blusas de seda, collares de perlas, tacones de seis centímetros, cortes de cabello impecables, uñas rojo carmín, solitario de diamante y alianza en sus dedos mayores y anulares, y esclavas de oro. Tal como lo imaginaba.
La vajilla de porcelana china rebordeada en oro era un infaltable para un servicio que inicia con una tetera regordeta en la que humea el té en hebras, cremoso, de variedad Earl Grey. Hay cientos para escoger, pero el de bergamota y cardamomo es “el” clásico.
Al costado, la jarrita de leche fría, dos variedades de scones (vainilla y limón aromatizado con tomillo), mini sándwiches de pepino y un surtido de mini tortas —algunas con demasiado chocolate para mí— enalteciendo la torre de pastelería.
El five o’clock tea es igual acá, en Buenos Aires, que en Toronto. Pero aún me sigo preguntando quién fue el genio que inventó el sándwich de pepino y lo maridó con el té de la tarde. Si hay combinaciones feas en el mundo, esta es la primera en mi lista.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.

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