Por Stephanie Henaro Canales
Trump no se fue del G7 por una emergencia repentina.
Se fue porque el fuego ya llevaba días encendido.
Desde el jueves, Israel bombardea instalaciones nucleares iraníes.
Ayer apenas era lunes y los misiles ya se estrellaban sobre Tel Aviv.
La guerra ya no es latente. Está ocurriendo.
El ataque de Israel no fue proporcional. Fue quirúrgico, devastador y preventivo.
Una estrategia que recuerda —con escalofriante claridad— a la que Rusia usó para justificar su invasión a Ucrania: anticiparse a una amenaza para destruirla antes de que exista.
Pero esta vez, el mundo no reaccionó con sanciones ni comunicados de emergencia. Solo hubo un tuit:
“IRAN CAN NOT HAVE A NUCLEAR WEAPON.”
Y una advertencia brutal:
“Evacúen Teherán de inmediato.”
Trump no buscó la paz. Buscó la escena.
Y abandonó la cumbre más importante de Occidente para alinearse —en tiempo real— con la lógica del conflicto.
El problema no es solo Israel, que actúa desatado y convencido de que tiene licencia para todo.
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