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Por Stephanie Henaro Canales

El poder ya no se conquista con armas, sino con presencia. Y el narco ya la tiene.

Esta semana, un agente especial de la DEA se paró frente al Senado de Estados Unidos y dijo lo que muchos sabían, pero nadie se atrevía a decir en voz alta: los cárteles mexicanos están espiando a los agentes estadounidenses dentro de su propio territorio. No en la frontera. No en un rincón remoto de Sinaloa. En Washington.

Y eso lo cambia todo.

La afirmación vino acompañada de pruebas. Matthew W. Allen, con 22 años de carrera en la agencia antinarcóticos, explicó cómo el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) llevó a cabo operaciones de vigilancia contra agentes federales durante el juicio de Rubén Oseguera González, alias El Menchito. No se trató de rumores ni exageraciones. Se trató de seguimientos, represalias, asesinatos. Y de una confesión tácita que en realidad es una advertencia: Estamos aquí. Estamos entre ustedes.

Cuando la violencia mexicana se convierte en política interna estadounidense, la relación bilateral entra en una zona de sombra. Una donde no hay tratados ni buenas intenciones que alcancen. Porque lo que se juega ya no es solo cooperación, sino soberanía.

El hecho de que un cártel mexicano haya logrado infiltrar el corazón del sistema judicial de Estados Unidos no solo es una humillación operativa. Es un síntoma. Y como todo síntoma, revela una enfermedad más profunda: la internacionalización del crimen organizado y la descomposición compartida de los Estados.

La seguridad dejó de ser un asunto doméstico. Y el narcotráfico dejó de ser un asunto mexicano.

En la misma audiencia, Allen narró cómo el yerno de El Mencho, bajo una identidad falsa, vivía cómodamente en una comunidad cerrada en Riverside, California. A una calle del jefe de policía. Rolex, bolsas de diseñador, efectivo a granel. No escondido en las sombras. Sino a plena luz del sueño americano.

No es una anécdota. Es la metáfora perfecta del nuevo poder: uno que no lanza misiles, sino relojes de lujo; que no ocupa, sino que se infiltra; que no se sienta en el poder, porque ya lo habita.

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