Por Stephanie Henaro Canales
“La justicia es la venganza del hombre en sociedad, como la venganza es la justicia del hombre en estado salvaje.”
— Epicuro
En un país donde se elige a los jueces con el mismo fervor con el que se elige a los influencers del momento, la separación de poderes corre el riesgo de convertirse en una separación de apariencias. México se alista para elegir a sus magistrados y jueces, no porque la justicia lo exija, sino porque la narrativa lo impone. Y en esta nueva era de democracia performativa, lo que importa no es que la justicia se imparta, sino que se vea “popular”.
La propuesta de someter al voto popular los cargos del Poder Judicial parece, en papel, una democratización de la justicia. Pero en la práctica, abre la puerta a una politización aún más profunda. ¿Cómo evitar que los jueces deban su independencia a quien les dio los votos, no la Constitución? Ya no hablamos de Estado de derecho, sino de Estado de retweet. Porque la justicia que se busca no apela a la imparcialidad, sino a la emoción. ¿Cómo juzgar, entonces, sin rendirse al aplauso?
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