Por Soledad Durazo
La vi subir al avión con el clásico folder amarillo entre sus labios. El uso del mismo resultaba evidente. ¿Cuántas veces ha debido abrirlo para sacar los papeles y demostrar que el bebé que carga en sus brazos es suyo?.
De estatura pequeña y estructura frágil. 10 años o tal vez -si mucho- 12, calculé.
Por los estereotipos que hemos adoptado como sociedad, supuse que el pequeño bulto era del sexo masculino por el color del cachorón con el que lo cubría. No pude evitar pensar “que bueno que no es niña” considerando la posibilidad de los patrones repetidos.
Les acompañaba otra mujer joven; parecía la abuela del bebé. Viajaban al norte.
En nuestro país, cada día más de mil niñas y adolescentes paren. México ocupa el primer lugar, entre los países de la OCDE, en cuanto al número de embarazos en mujeres que se ubican entre los 15 y los 19 años de edad. A nivel mundial, de acuerdo con datos de la OMS, son 16 millones de nacimientos los que se registran en ese grupo de edad y estos representan el 11% de todos los nacimientos en el mundo; el 95% se da en países en desarrollo.
Los datos para México, que no dejan de ser alarmantes, reflejan sin embargo una reducción del 16.7 por ciento, al descender la tasa específica de fecundidad de adolescentes (TEFA) de 72.4 a 60.3 nacimientos (del 2015 al 2023) por cada mil adolescentes
Cuando pensamos en este tema, dos aspectos que no deben escapar en el contexto a analizar son que, en su mayoría -si no es que todos- esos embarazos no fueron planeados o que son resultado de la violencia.
Cuando se da un embarazo no planeado en una relación consensuada, habría que revisar cómo andamos en el tema de la educación sexual escolarizada y la comunicación abierta y franca en la familia. También, por supuesto, evaluar las políticas públicas que se aplican al respecto y la eficacia de los mensajes dirigidos a la población meta.
Una niña o adolescente que se embaraza tiene un mayor riesgo de ver comprometida su salud (eclampsia, endometritis puerperal e infecciones sistémicas) y sus bebés también llevan una alta posibilidad de reportar bajo peso al nacer, nacer prematuramente o presentar una afección neonatal.
Ni el cuerpo ni la mente de una niña o adolescente, están preparados para ser madres.
¿Y qué pasa con su desarrollo profesional? Evidentemente en el mayor número de casos, se ve truncado su desarrollo profesional dado que muchas de ellas deben abandonar la escuela y vivir en un entorno de carencias.
El estudio “Violencia sexual y embarazo infantil en México: un problema de salud pública y derechos humanos” refiere que en el país, el 46% de las niñas entre 10 y 14 años que tuvieron un hijo reportaron que el hombre que las embarazó era un adulto que tenía entre 18 y 68 años de edad.