Por Sofía Pérez Gasque Muslera
Durante mucho tiempo, el poder económico ha sido narrado desde lo masculino. Los grandes inversionistas, los fondos de capital, los nombres en los consejos de administración, las decisiones financieras de alto impacto. Casi todo ha estado históricamente en manos de hombres.Pero algo está cambiando.
Sin hacer demasiado ruido, las mujeres están acumulando y gestionando más capital que nunca en la historia.Y eso —aunque aún no se vea reflejado del todo en los espacios de poder tradicionales— está comenzando a redefinir el mapa económico global.
Según datos de Boston Consulting Group, para 2030 las mujeres controlarán más del 60% de la riqueza privada en el mundo.Esto no es menor: representa una redistribución masiva del poder financiero, con consecuencias profundas en los hábitos de consumo, las decisiones de inversión, las prioridades de negocio y las estructuras de influencia.
En América Latina, el fenómeno también avanza. Cada vez más mujeres lideran empresas familiares, heredan patrimonios, invierten en bienes raíces, fondos sustentables, fintechs o startups de impacto. Muchas lo hacen en silencio, sin reconocimiento público, sin ocupar aún cargos formales en consejos o mesas de decisión. Pero están ahí, administrando riqueza, tomando decisiones patrimoniales y moldeando economías desde otros ángulos.
El problema es que ese ascenso no siempre se traduce en poder estructural.
Porque aunque las mujeres están acumulando capital, siguen estando subrepresentadas en los lugares donde se decide cómo se invierte ese capital. Solo el 14% de los socios en firmas de capital privado a nivel global son mujeres.En los consejos de inversión de los grandes fondos, las decisiones siguen siendo tomadas en su mayoría por hombres, lo cual impacta directamente en qué se financia, qué se considera rentable y qué innovación es vista como “viable”.
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