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Por Sofía Pérez Gasque

Mientras el tránsito marítimo por el Canal de Panamá se reduce a su mínimo histórico por la sequía, una nueva ruta comercial está tomando fuerza: México.

El fenómeno del nearshoring, impulsado por la reconfiguración global de cadenas de suministro, está posicionando a nuestro país como el gran ganador geoeconómico del momento.

Empresas estadounidenses y asiáticas están relocalizando operaciones para reducir riesgos logísticos, costos de transporte y dependencia de Asia. Los parques industriales del norte y el Bajío están a punto de saturarse. Las exportaciones manufactureras crecen. Las inversiones fluyen.

Todo esto suena bien. Y lo es… en parte.

Porque mientras la atención se centra en los grandes números y las grandes empresas, hay un grupo que sigue sin ser parte real de esta “oportunidad histórica”: las mujeres empresarias y proveedoras.

Las MIPyMEs lideradas por mujeres representan una porción significativa del tejido económico mexicano. Sin embargo, pocas están siendo integradas a las nuevas cadenas de valor que nacen del nearshoring.

Y esto no es un accidente. Es una consecuencia lógica de un modelo que reproduce dinámicas ya conocidas: concentración de oportunidades, barreras técnicas, ausencia de redes estratégicas, financiamiento inaccesible y políticas públicas sin enfoque de género.

Hoy, para una mujer que lidera un pequeño taller textil, una empresa de empaque, un negocio de servicios logísticos o una solución tecnológica, la entrada al ecosistema industrial del nearshoring está llena de obstáculos invisibles:

  • Certificaciones internacionales costosas.
  • Requisitos de volumen y continuidad difíciles de cumplir sin financiamiento.
  • Canales cerrados con grandes integradoras.
  • Desinformación sobre cómo insertarse en las cadenas de valor.

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