Por Sofía Pérez Gasque Muslera
Durante años nos dijeron que debíamos ocupar espacios, romper techos de cristal y demostrar que sí podíamos. Y lo hicimos. Las mujeres hoy lideramos empresas, consejos, organismos, proyectos estratégicos. Pero muchas lo hacemos —lo hacemos— agotadas.
Porque en el fondo, seguimos jugando en un sistema que no fue diseñado para nosotras. Un sistema donde el éxito se mide por la disponibilidad total, la productividad sin pausa, la hiperconectividad constante, el sacrificio personal y el silencio emocional.
La pregunta que hoy muchas mujeres líderes se hacen en voz baja, a puertas cerradas, es: ¿Así tenía que sentirse el éxito?
Un estudio de Deloitte revela que más del 50% de las mujeres líderes reportan sentirse “crónicamente agotadas”. El 33% ha considerado dejar su rol en el último año por razones vinculadas al desgaste emocional, la doble jornada o la falta de estructuras de apoyo reales. No por falta de pasión o capacidad. Por falta de aire.
En América Latina, donde los mandatos culturales sobre “el deber ser” femenino aún pesan, muchas mujeres líderes no solo cargan con sus responsabilidades profesionales, sino también con las expectativas familiares, sociales y emocionales. Debemos ser exitosas, pero también agradables. Poderosas, pero humildes. Ambiciosas, pero cuidadoras. Y en ese juego de equilibrios imposibles, muchas terminan dejando pedazos de sí mismas en el camino.
Esto no es una debilidad personal. Es una falla estructural.
Porque el problema no es que las mujeres no sepamos liderar. El problema es que muchas veces tenemos que liderar como si no fuéramos mujeres.
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