Por Sofía Pérez Gasque
En los últimos años, hemos escuchado con fuerza una premisa que parece innegable: las empresas más inclusivas son también las que más crecen. Diversos estudios globales la respaldan: McKinsey, Boston Consulting Group, Deloitte. Los datos muestran que las organizaciones con mayor diversidad de género, étnica y cultural tienden a tener mejores resultados financieros, mayor innovación y una mejor retención de talento.
Pero, ¿qué tan cierta es esta afirmación cuando bajamos la mirada a América Latina? ¿La inclusión realmente está moviendo la aguja en nuestro contexto económico, o seguimos atrapados en narrativas optimistas que aún no logran materializarse en cambios estructurales?
La respuesta es más compleja de lo que parece.
Por un lado, la región ha mostrado avances importantes. Hoy, muchas grandes empresas en México, Colombia, Chile y Brasil han integrado políticas explícitas de diversidad e inclusión. Existen cuotas de género en consejos de administración, programas de liderazgo femenino, certificaciones de "Empresas inclusivas". Estos pasos no son menores; son el resultado de años de presión social, avances legislativos y cambios culturales que han abierto nuevas puertas para miles de mujeres.
Sin embargo, cuando analizamos los resultados en profundidad, encontramos una realidad más matizada. Un informe reciente del Banco Interamericano de Desarrollo reveló que solo el 14% de las empresas en América Latina considera la equidad de género como un componente estratégico de su crecimiento. Es decir: para la mayoría, la inclusión sigue siendo un programa de responsabilidad social, no un eje de competitividad.
Este matiz es clave. Porque incluir no es solo contar cabezas o cumplir cuotas. Incluir es transformar estructuras de poder, cambiar procesos de toma de decisiones, redefinir qué estilos de liderazgo valoramos, y asumir que la diversidad no es un "plus", sino una condición para la sostenibilidad a largo plazo.
Hoy sabemos que las empresas que integran de forma genuina perspectivas diversas son más innovadoras: generan mejores ideas, anticipan mejor las necesidades de clientes diversos, manejan mejor los riesgos y son más resilientes en tiempos de crisis. Esto no es un argumento ético; es un argumento de negocios.
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