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Por Sofía Pérez Gasque Muslera

Cuando hablamos de motores de crecimiento económico, pocas veces pensamos en las mujeres empresarias como una fuerza transformadora. Sin embargo, su impacto no solo es real, sino que es uno de los fenómenos económicos más subestimados de nuestro tiempo.

Hoy, las mujeres emprendedoras representan una parte creciente del tejido empresarial global. Según datos del Global Entrepreneurship Monitor, aproximadamente el 35% de los emprendimientos en el mundo son liderados por mujeres. En América Latina, este porcentaje es aún mayor, alcanzando el 50% en países como México y Colombia. Pero, ¿qué significa esto para la economía? Significa mucho más de lo que solemos reconocer.

Las mujeres empresarias no solo crean empleos; también diversifican los sectores productivos, innovan en modelos de negocio y desarrollan cadenas de valor que integran a otras mujeres, comunidades y nuevas generaciones. En otras palabras: cuando una mujer emprende, no solo cambia su vida, cambia la de quienes la rodean.

Y sin embargo, a pesar de su creciente presencia, las mujeres enfrentan barreras estructurales persistentes. El acceso a financiamiento sigue siendo una de las más significativas: menos del 3% del capital de riesgo global se destina a empresas fundadas por mujeres. Esta falta de apoyo no solo limita sus proyectos, sino que le roba a nuestras economías el potencial de miles de innovaciones, empleos y soluciones que podrían transformar industrias enteras.

La disparidad no se queda solo en el financiamiento. De acuerdo con un informe del Banco Mundial, las mujeres empresarias suelen enfrentarse a mayores trabas burocráticas, menores redes de contacto y una falta de representación en los espacios donde se toman decisiones económicas relevantes. Es como si, para ellas, el juego de emprender y crecer tuviera reglas adicionales que no siempre se ven, pero que se sienten.

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