Por Sofía Guadarram
«La eternidad por fin comienza un lunes
y el día siguiente apenas tiene nombre
y el otro es el oscuro, al abolido.
Y en él se apagan todos los murmullos
y aquel rostro que amábamos se esfuma
y en vano es ya la espera, nadie viene.
La eternidad ignora las costumbres,
le da lo mismo rojo que azul tierno,
se inclina al gris, al humo, a la ceniza.
Nombre y fecha tú grabas en un mármol,
los roza displicente con el hombro,
ni un montoncillo de amargura deja.
Y sin embargo, ves, me aferro al lunes
y al día siguiente doy el nombre tuyo
y con la punta del cigarro escribo
en plena oscuridad: aquí he vivido», Eliseo Diego.
En 1994 viajé por primera vez a Papantla, Veracruz en donde conocí a una familia, la cual consistía de un padre, una madre, dos hijas y cuatro hijos. Don Antonio era un hombre que pasaba tres días en casa y los otros cuatro desaparecía.
No había nada oculto. Para doña Victoria y sus hijos no era ningún secreto que aquel hombre tenía, del otro lado de la ciudad, a otra esposa y otros hijos. Otra familia. La casa grande. Ellos eran la casa chica.
Sólo hasta que don Antonio murió fue que se conocieron los trece hijos. En un velorio. Sofocados en el resentimiento. La muerte de su padre los reunió por una noche, pero no los unió por el resto de sus vidas. Hoy siguen tan distantes como siempre.
En México esta práctica es mucho más común de lo que la gente cree. Y desafortunadamente es aceptada y hereditaria. El primer hijo de doña Victoria tuvo 6 hijos con 6 mujeres distintas y el segundo hijo tenía, igual que don Antonio, dos mujeres con las cuales vivía tiempos compartidos. Las dos vivían —y viven— prácticamente en la misma colonia. Se conocían desde la juventud. Y a pesar de ello son permisivas ante este tipo de infamias. Son víctimas de la pobreza, de la ignorancia y de los hombres, de las ratas de dos patas. Esos mismos que ejercen violencia psicológica, física, económica y verbal. En muchos casos, llegando a los feminicidios.
Francisca Viveros Barradas —mejor conocida como Paquita, la del barrio—, fue víctima de la ignorancia, de la pobreza y el machismo. Sufrió el engaño, la infidelidad de sus parejas y el abandono. Increíblemente los perdonó.