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Por Sara Reynoso

Mamás y papás que puedan andar por aquí: ¿les ha pasado que idealizan el tiempo que pasarán en familia y resulta ser totalmente distinto a como se lo imaginaron?

Vivimos demasiado en el futuro “perfecto” que idealizamos a través de las fotografías “perfectas” que vemos en redes sociales. Obviamente, todos publicamos la foto más linda, en la que nos abrazamos y todos sonreímos diciendo “la estamos pasando increíble”, aunque, al terminar de tomar la foto, cada quien regrese a su espacio y se quite la sonrisa.

El detrás de cámaras nunca sale: son los distintos gustos y hábitos que, por días, tienen que coexistir, y además, con la expectativa de pasarla increíble.

Cabe mencionar que amo a mis hijos con todo el corazón. Ahora que ya son grandes y el tiempo juntos es cada vez menor, idealizo cada plan creyendo que va a ser perfecto. Por supuesto, pocas veces lo es, porque todo depende del humor de cada quien en ese momento. Y aunque es cierto que en cada viaje hay risas, recuerdos y memorias imborrables, también hay muchos momentos incómodos en los que me cuestiono: ¿qué necesidad?

Los viajes son carísimos, requieren una gran cantidad de tiempo, dinero y esfuerzo. Quizás esa parte solo la vemos quienes pagamos y organizamos el viaje. Justo por tanta planeación y deseo de que todo salga bien, cuando empiezan a surgir las diferencias, pensamos que algo hicimos mal con nuestra familia… El tema es que a todos nos pasa lo mismo. Como vivimos en un mundo bastante ficticio y de apariencias, cada vez que vemos el post del esposo diciendo que ama a la esposa, o la foto de la familia junta abrazada y sonriendo, o a los hijos de otras diciendo “eres la mejor mamá”, todo eso nos hace pensar en lo afortunados que parecen los otros de tener lo que nosotros sentimos que no tenemos.

Y no se trata de ir por la vida quejándonos de todo, pero sí de ser positivos y objetivos. Eso significa no clavarnos en el “pobre de mí, tengo a la peor familia del mundo”, pero tampoco perder de vista que la negociación es la joya de la corona cuando se trata de llegar a acuerdos. En todas las familias hay diferencias, en todas.

Llegará algún día en el que dejemos de compartir solamente lo bueno, porque si nos mostramos más reales y más vulnerables, entonces nos volvemos más humanos. Incluso será más fácil que valoremos todo lo bueno que sí tenemos.

Como parte de los festejos de los 21 años de mi hijo, fuimos a Europa. Ya habíamos ido antes, pero ellos eran más chicos, y claro que cuando son más chicos nosotros controlamos y decidimos casi todo. El tema cambia cuando crecen y tú misma les has enseñado a hacer valer su palabra, su autonomía e independencia. Sin que nadie me lo pidiera, yo terminé corriendo por las calles de Europa haciendo lo que ellos querían y sacrificando silenciosamente lo que yo deseaba hacer. ¿Ellos me obligaron? ¡Por supuesto que no! Yo solita lo elegí porque, según yo, una buena mamá hace lo que una buena mamá tiene que hacer, aunque el costo sea nuestra propia sanidad mental.

Aprender a negociar como familia, a poner límites y respetar las diferencias, agradecer la bendición y el privilegio que es viajar —quien sea que haya pagado el viaje, hizo un esfuerzo por llevar a todos— es esencial. En lo personal, a mí me toca pagar y hacerme cargo de todo lo de mis hijos, y de lo mío, siempre. El dinero es un tema que he venido trabajando ancestralmente, ya que la carencia distinguió a mi linaje. Por lo tanto, para mí, el dinero llega a tener una importancia suprema. Mi mente piensa: “Si ya pagué tanto, deberíamos pasarla increíble, ¿no creen?”

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