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Por Raquel López-Portillo Maltos

«América está de vuelta» se convirtió en el mantra que Joe Biden empleó repetidamente para definir su política exterior en contraste a los cuatro años previos protagonizados por el aislacionista «América Primero» de Donald Trump. En la semana final de su mandato, Biden buscó definir la narrativa de su legado en esta materia con un discurso grandilocuente, triunfalista, auto-congratulatorio y en ocasiones bastante Trumpista: Estados Unidos está ganando la competencia mundial, su economía es «la envidia del mundo». Sus alianzas ahora son más fuertes y sus adversarios más débiles. En resumen, Biden planteó que deja un mejor país del que encontró. Sin embargo, estas afirmaciones parecen no encajar del todo con el escenario internacional actual ni con el ocaso que atraviesa su administración.

En realidad, es difícil concebir a un Estados Unidos más fuerte y más poderoso ante un escenario internacional tan convulso, complejo y volátil. Si bien el retorno a la diplomacia, el fortalecimiento de sus alianzas y la apuesta por las organizaciones multilaterales fue una constante, Biden tenía también como objetivo principal la guerra comercial y tecnológica con China, prometiendo para ello estabilizar las relaciones con Rusia y pacificar el Medio Oriente con un retorno al acuerdo nuclear con Irán. A cuatro años de distancia, los resultados son diametralmente opuestos a ese objetivo inicial.

Si se trazara una línea del tiempo que marcara el inicio de los desafíos de Biden en materia de política exterior, podría decirse que la salida de tropas estadounidenses de Afganistán en el 2021 fue el inicio de una espiral hacia abajo. De hecho, este episodio puede considerarse también como el inicio del declive de la popularidad de Biden, la cual fue decreciendo desde ese momento hasta la culminación de su mandato. Pese a que la retirada final de tropas luego de 20 años de intervención fue negociada por Donald Trump, el peso de su ejecución recayó en Biden, con las históricas fotografías de afganos colgando de aviones militares estadounidenses convirtiéndose en un símbolo del costo humano de una retirada caótica. Aunque se logró evacuar a alrededor de 125,000 personas, miles de afganos quedaron en el limbo mientras los talibanes retomaban el control del país.

A este evento le siguieron las dos principales guerras que detonaron durante su periodo de gobierno. En Ucrania, aunque Estados Unidos ha liderado el esfuerzo de apoyo a Kiev mediante el suministro de armamento, sanciones económicas sin precedentes contra Rusia y la consolidación de alianzas en Europa, los intentos diplomáticos han sido insuficientes para poner fin a una guerra que sigue escalando sin un desenlace claro. La prolongación del conflicto ha puesto a prueba la unidad de Occidente, incrementando la presión sobre los presupuestos de defensa y provocando tensiones en países aliados que enfrentan crecientes desafíos económicos y sociales derivados de la crisis energética y humanitaria.

Por su parte, lejos de alcanzar la meta de un Medio Oriente más estable, su administración se sumergió en el conflicto en Gaza respaldando económica y militarmente a Israel de manera incondicional, mientras mantenía una retórica contradictoria sobre la defensa de los derechos humanos de la población palestina. Esta postura no sólo ha expuesto la falta de coherencia en su política exterior, sino que también ha evidenciado una diplomacia incapaz de negociar un alto al fuego sostenible que ponga fin al sufrimiento humanitario en la región. Si bien Estados Unidos no es el responsable de la solución de ambos conflictos, Biden elevó demasiado las expectativas al inicio de su mandato con este retorno de la diplomacia plagado de ambiciones que no logró materializar.

En cuanto a China, si bien la economía del gigante asiático no ha superado a la estadounidense, la contención ha sido relativa, considerando su crecimiento y desarrollo tecnológico. Así mismo, la defensa de la autonomía de Taiwán como parte de la estrategia estadounidense ha sufrido los impactos de los recortes en defensa debido a la inflación. Aunado a ello, es innegable que China va por buen camino en la expansión de su presencia global y la generación de alianzas en otras latitudes, mientras que el liderazgo estadounidense enfrenta dudas, tanto por su política comercial como por su capacidad para proyectar estabilidad y credibilidad.

Tanto México como América Latina brillaron por su ausencia en el discurso, quizás porque fueron pocos los logros que existieron en esta parte del hemisferio pese a los lazos culturales, económicos y políticos que existen y que exigen una mayor colaboración. A pesar de que México se convirtió en el principal socio comercial de Estados Unidos durante la administración Biden, los enormes retos en materia de migración, seguridad y narcotráfico eclipsaron los réditos que esto significó. La ausencia de una política estratégica de Biden en esta región es inversamente proporcional al crecimiento de la influencia de China, un aspecto que sin duda la próxima administración no dejará pasar.

Irónicamente, es Donald Trump y no América quien está de vuelta, trayendo consigo un giro hacia el aislacionismo, un espaldarazo al multilateralismo y el regreso de las amenazas como herramienta diplomática. En unos años, la historia juzgará con mayor claridad los efectos del legado del que presumió el presidente saliente. Mientras tanto, el próximo lunes inicia una nueva era en un orden mundial que parece más endeble que hace décadas.

*Maestra en Gobierno y Políticas Públicas por la Universidad Panamericana, Licenciada en Derechos Humanos y Gestión de Paz por la Universidad del Claustro de Sor Juana y especialista en Análisis Político, Democracia y Elecciones por el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE). Actualmente se desempeña como Analista Estratégica para América Latina en una empresa multinacional de tecnología. Es Secretaria Ejecutiva del Programa de Jóvenes del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales para el periodo 2024-2026. Es columnista en el diario El Universal y Opinión 51, y colabora como analista internacional en ADN40, El Financiero, Milenio, CNN, entre otros.

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