Por Pia Taracena Gout
En estos días lluviosos de junio, hemos presenciado una muy interesante forma del presidente Trump de “tratar de resolver” los conflictos internacionales, en este caso uno en concreto, la llamada guerra de 12 días entre Israel e Irán.
El pasado 13 de junio, Israel empezó una serie de ataques sobre Irán, bajo una operación llamada León Naciente que tiene como objetivo el desmantelamiento del programa nuclear iraní. Para Israel, el que Irán tenga la posibilidad de generar sus propias armas nucleares, es una amenaza directa a la supervivencia del estado israelí, quién a su vez y a manera de disuasión de la amenaza iraní, ha desarrollado su propia capacidad nuclear que lo convierte en uno de los cuatro países, no reconocidos como uno de los Estados nuclearmente armados por el Tratado de no proliferación nuclear, junto a la India, Pakistán, Corea del Norte, pero con el aval de Estados Unidos.
El conflicto escaló con la respuesta de Irán al ataque de Israel, profundizando la inestabilidad regional, lo que a su vez provocó la intromisión sin precedentes de Estados Unidos, ya que el pasado 21 de junio bombardeó tres instalaciones nucleares en Irán: Fordow, Isfahán y Natanz y a partir de allí se desencadenó una narrativa universal plagada de dudas, dimes y diretes, incertidumbre e intranquilidad.
La respuesta iraní a los ataques norteamericanos no se dejó esperar y el lunes 23 de junio, y con previo aviso, bombardearon la base naval norteamericana instalada en Catar.
Con las tensiones al máximo, la opinión pública y publicada internacional, no sabía qué creer y no creer. Una guerra de doce días, que Irán dio por terminada la mañana del martes 24 de junio, después que, en la tarde anterior, Trump anunciara el cese al fuego, que entraría en vigor a las 7 de la mañana y que no fue ni obedecido ni respetado por los contrincantes, lo que causó la primera furia del presidente Trump.
Los bombardeos siguieron ante la mirada incrédula del norteamericano, quién en la mañana del martes 24 y antes de irse de viaje a Europa, (a la cumbre de la OTAN en los Países Bajos), aplicó el mayor insulto, con la fword de por medio, para señalar que ambos países no sabían lo que estaban haciendo.
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