Por Paz Austin
No es raro que en México la gente se enamore de un platillo, que nos sintamos atraídos por un puñado de ingredientes que hierven en una cazuela y que se muevan memorias escondidas en nuestro interior al disfrutar un pequeño bocado. Laura Esquivel escribió su obra máxima basada en este sentimiento común que vive en nosotros los mexicanos en relación a cómo vivimos la comida.
Es un regalo divino al hombre poder vivir intensamente a través de las sensaciones que provoca un platillo. Esta experiencia nos ha llevado a crear la cultura gastronómica y por ende un sin fin de protocolos y rituales alrededor de nuestras mesas. Un caso representativo es el Jueves Pozolero de Guerrero, tema que inspira mis letras en esta entrega. El Pozole Guerrerense es un claro ejemplo de la política gastronómica y de la relevancia que tiene la cultura culinaria en la historia de México. No en vano la CANIRAC ha impulsado el Día del Pozole Guerrerense para cada cuarto jueves del mes de julio y que a través de distintas acciones como ferias, muestras y concursos se celebra en 85 municipios del estado.
Pues bien, en Guerrero los jueves se hace una pausa en medio de la semana, es el día que la gente se reúne entre familia, vecinos y amigos a comer el emblemático plato de cuchara. La música en vivo se hace presente en fondas y cocinas comunitarias para tocar los más románticos boleros y los alegres sones de la región. Te invito a que imagines estar rodeado de gente alegre que canta y brinda al calor de los mezcales de agave cupreata y se refresca con Yolis y jarras de aguas frescas. Así se viven los jueves pozoleros en el puerto más bello del mundo.
Tere Cabrera fue una mujer que me hubiera gustado conocer, sentarme cerquita de ella en su cocina para ver como guisaba el pipián de semilla de calabaza para condimentar el famoso pozole verde estilo Chichihualco, región de donde proviene gran parte de su familia y las mejores recetas de la abuela Clarita Adame. Dicen que ella organizaba los mejores jueves pozoleros de Acapulco, abría el zaguán de su casa para quien quisiera un plato de pozole de pollo y cerdo y así disfrutar con ella y su familia. Fueron muchos los que le insistieron y animaron a Tere para que hiciera de su gusto por cocinar un negocio y así fue como en 1995 abrió las puertas de La Casa de Tere.
Si vienes a Acapulco podrás encontrar una escena casi apocalíptica junto al mar, la ahora Playa Diamante parece retomar su nombre original: Revolcadero y es que hay un montón de edificios revolcados por la furia del mar y la lluvia tras el huracán OTIS. Sin embargo y a pesar de todo pronóstico, ACA nuestro ACA se mantiene en pie. Si transitas la hermosa carretera Escénica, en la montaña ya puedes ver algunos de los restaurantes más emblemáticos abiertos al igual que otros nuevos hot spots que han surgido de la crisis como respuesta a la fe de algunos inversionistas. Si sigues el rumbo y cruzas hasta la costera y llegas al inquebrantable Baby O y te adentras a la colonia que le rodea, encontrarás a espaldas de la Disco más resiliente del mundo lo que considero un de los secretos mejor guardados de la cocina tradicional mexicana: La atesorada Casa de Tere
En la Casa de Tere te reciben unas piñatas típicas de múltiples colores y adentro en las frescas palapas hay mesas sencillas que no arrebatan la atención de las pinturas en las paredes, inspiradas en los laqueados de Olinalá de Guerrero que por cierto es de las pocas artesanías que cuentan con protección de Denominación de Origen donde podemos apreciar la fauna de la zona como cigüeñas, garzas, venados, delfines y ardillas entre otros. Esta distintiva obra fue encargada por la familia de Tere a un pintor de la región de apellido Rendón como homenaje a sus raíces costeras.