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Por Nelly Segura

En 1990, Sebastião Salgado estaba en un campamento de refugiados en la frontera de Sudán, entre miles de personas que huían de la guerra en el Cuerno de África. En medio de ese caos, se detuvo frente a una escena que pocos se atreverían a registrar: un niño, al borde de la muerte, rodeado por su familia, con la mirada vacía, perdida entre el polvo y la desesperanza. En lugar de tomar una foto rápida y marcharse para enviarla a la redacción, como muchos otros habrían hecho, Salgado alzó su cámara y su corazón. Se quedó. Observó. Capturó no solo la imagen, sino la textura profunda de la tragedia. ¿Por qué? Porque comprendió algo esencial: el sufrimiento humano puede estremecer más cuando se muestra con una estética tan poderosa que no se puede ignorar, que obliga a mirar de frente la realidad, por más cruda que sea.

La obra de Salgado va más allá de denunciar el dolor. Nos recuerda que, en un mundo donde la miseria se ha convertido en mercancía, las imágenes pueden perder su impacto emocional. El fotoperiodismo ha sido arrastrado por una lógica de consumo donde el dolor se vende, se digiere y se olvida. Esta es una de las grandes paradojas de nuestra era visual: los rostros de la tragedia llegan a todo el mundo, sin embargo, se vuelven fugaces, imágenes que se deslizan por un feed y desaparecen sin dejar huella.

Ahí es donde la mirada de Salgado se vuelve fundamental. Él no trivializa el sufrimiento, no lo convierte en espectáculo para el consumo rápido. Lo transforma. Lo eleva al terreno del arte, y con ello, nos obliga a sentirlo, a habitarlo, a comprenderlo de forma visceral.

Recuerdo entonces una frase de Eduardo Galeano: “La caridad, vertical, humilla. La solidaridad, horizontal, ayuda”. En un mundo donde la miseria suele representarse desde arriba, como si estuviéramos por encima del otro, Salgado baja la cámara. Fotografía a la altura de sus protagonistas, se sumerge en sus vidas, en su realidad. Sus imágenes no se sienten como una mirada externa, sino como un puente. No hay voyeurismo ni indiferencia; hay cercanía, respeto y humanidad. En su obra, la solidaridad se vuelve tangible. Nos iguala.

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