Por Mónica Hernández
Veo las noticias y me gustaría saber qué dirán las generaciones futuras sobre personajes como Donald Trump, Elon Musk, Putin o Netanyahu. Incluso de nuestros recientes presidentes. Como en los memes, pienso en las bondades y maravillas que se publican y se enseñan (y se predican) sobre Benito Juárez y se me pasa. La muerte suele ser romántica y generosa con los recuerdos de un difunto. Lo digo y cierro un libro que releo.
Hay pocos personajes literarios que desaten tanta pasión y debate como el de Jane Austen, al grado que se convierten en películas. ¿Alguien se ha preguntado por qué después de 200 años de haber fallecido despierta tanto interés? Porque los seres humanos somos entrometidos. (Sí: metiches, cotillas, argüenderos, chismosos).
Jane Austen es en realidad una desconocida, o eso se quiere creer desde hace muchísimos años. Sus obras se han llevado al cine infinidad de veces (Sensatez y Sentimientos, Orgullo y Prejuicio, Mansfield Park, Emma, Persuasión) lo mismo que en series. Obras menos conocidas, como La abadía de Northanger. Lady Susan y Sanditon no han recibido tanta atención. Para un personaje público es poco lo que se conoce de su vida íntima. Y no porque la autora no dejara pistas suficientes sobre su privacidad. Se estima que escribió varios miles de cartas (sí, se calculan unas tres mil, de las cuales, 51 están en la Biblioteca Morgan en Nueva York), la mayoría dirigidas a su hermana Cassandra, puesto que vivieron separadas durante algunos años. De esas miles de cartas, sobreviven sólo 160.
¿Qué nos dicen estas 160 cartas acerca de su autora? Que según los estudiosos, Jane Austen utilizaba plumas de ganso, tinta ferrogálica, papel verjurado y de textil en color crema, en un cuarto prensado en caliente (muy probablemente ella misma fabricaba sus libretas, como se ve a hacer a algunos de sus personajes femeninos en sus obras), algunos folios incluso con marca de agua. Sellaba sus cartas con cera, después de doblarlas de manera que yo extraño que se siga haciendo. Sabemos que era diestra y que escribía con faltas de ortografía y su letra, menuda e inclinada habla de su época: restringida, comedida y muy sujeta a las normas. Victoriana, pues. Algunos trazos sugieren mucha imaginación, tenacidad, fuerza de voluntad y las florituras de las mayúsculas hablan de su pasión por el detalle (algo de que era muy terca también), lo mismo que el trazo de la “t” minúscula… Y un largo etcétera que se puede uno imaginar sin ser grafólogo.