Por Mónica Hernández
Nació como Jorge Mario en una familia de apellido Bergoglio, hace 88 años (los cumplió el pasado 17 de diciembre). De chico no tenía claro lo que quería ser de grande y estudió una breve carrera de técnico químico, antes de entrar al seminario en la Compañía de Jesús (sí. Jesuitas). Mientras se ordenaba sacerdote, ejerció como profesor de literatura y de psicología, hasta que, con 33 años (la edad de Cristo, que se llama, que no es otra cosa que la edad a la que se supone murió crucificado el hijo de Dios) fue ordenado sacerdote. Se ha contado de él que su carácter y su espiritualidad llamaron pronto la atención de algunos obispos por aquí, de un cardenal por allá… y empezó su carrera eclesiástica (que no es otra cosa que una carrera política dentro del aparato burocrático de la Iglesia Católica).
Viene a cuento este recuento por dos motivos: la salud del Papa añoso empeora por días. Se dice incluso que está haciendo su testamento para que no se pierda lo que ha construido durante el ejercicio de su función como Papa de la iglesia de Roma. Testamento a raíz de un desencuentro con el católico Marco Rubio, quien ahora mismo ejerce casi tanto poder mundial como Donald Trump, pero menos que Elon Musk. La posibilidad de que fallezca por la neumonía y las complicaciones que siguen apareciendo solo aumenta. No sé si para cuando salga publicada esta columna todavía podamos hablar del Papa Francisco en presente y no en pasado.
La segunda razón es la película de Cónclave, tan atinada en los tiempos. Ganadora del BAFTA a mejor película (la antesala más confiable de los hoy descafeinados premios Óscar de Hollywood), muestra (de manera novelada, romántica y muy creativa) la reunión que se lleva a cabo dentro del Vaticano cuando un papa fallece. En realidad, la película también muestra de manera muy realista las conspiraciones (políticas) que ocurren de manera nada subrepticia y menos cristiana para encontrar al sucesor del que un día fue el hombre más poderoso de la Tierra. Y es que aunque la figura del Papa sigue siendo símbolo de mando, ha perdido el poderío, el dominio y la autoridad que tuvo hace siglos. Ha perdido las tierras, los palacios, los castillos y también los clientes. Todo hay que decirlo. El número de católicos que hay en el mundo llegó a 1,390 millones en todo del mundo (el 17% de la población mundial, calculada en 8,025 millones), según datos del mismo Vaticano a abril de 2024. América es el continente (no el país, seamos serios) donde más católicos hay y África donde cada año ingresan más fieles a abrazar esta fe.