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Por Mónica Hernández

Hoy tenía ganas de escribir una historia amable, de esas de domingo por la mañana. Pero no hay manera. Con horror asisto durante los últimos días a un terremoto de sinrazón y de enjuiciamiento público… por un libro. Por unos libros. Por unas letras que alguien escribió y que le han valido una sentencia de muerte a una escritora latinoamericana. Una fatwã en versión católica, disfrazada de derechismo, de conservadurismo. Y creíamos que la Inquisición había terminado hacía siglos, pero sus lenguas de fuego siguen quemando gente. 

Dolores Reyes es una malabarista moderna: escritora, filóloga en letras clásicas, profesora en la universidad, feminista, activista social y madre de siete hijos. Nacida en Argentina hace algunos años, se atrevió a narrar el horror de la miseria y de la desesperanza en su primera novela, Cometierra. La novela habla de una normalidad, de una cotidianidad mundial que a nadie espanta, excepto cuando te toca a ti, a tu familia, a tu hija, a tu hermana, a tu madre, a tu novia o a tu vecina. Tal vez a tu prima. Sí, la novela habla de los feminicidios. Nada nuevo. Tanto, que se nos hace normal, apenas unos días después de la conmemoración del día mundial de la no violencia contra las mujeres, seguir hablando de la violencia contra las mujeres. No me refiero aquí a las violencias que narra con maestría en la novela. 

Me refiero a la violencia que se ejerce contra ella, la escritora.

Y es que desde los sectores conservadores no sólo se ha pedido que se retire el libro de las escuelas, que se queme, que se borre su rastro. Alguien ha pedido su cabeza, como si se tratara de una película de vaqueros del Viejo Oeste en blanco y negro. Y estamos en el año 2024 del calendario gregoriano. La lapidación pública ha sido espeluznante. El alegato es que se trata de un libro “pornográfico”. Para empezar… no tiene gráficos. Sí tiene una escena de una relación sexual consensuada entre una pareja que se atrae y se tiene ganas. No es ni tan siquiera la escena más importante de la novela. Es el reflejo de una realidad humana: cuando nos sentimos amenazados de muerte los seres humanos nos apareamos para trascender. Por aquello del “por si acaso”, por aquello del “no te entumas”. Porque la cercanía de la muerte nos pide vida y qué más vida que una unión entre dos cuerpos que realizan dos almas. Porque no todas las relaciones sexuales son violaciones, aunque muchas sí. De esto no se quejan los que la atacan.

Mi conocimiento de religiones es muy limitado. Sí he estudiado varias, desde el punto de vista de la curiosidad intelectual, pero no desde la práctica. Lo hice desde la ignorancia de la infancia y tal vez lo vuelva a hacer desde el miedo de la vejez. Pero hasta ahora, yo solo he encontrado que las religiones, TODAS, sin excepción, invitan al amor. A amar al prójimo como a uno mismo. Así, del todo. Y sin embargo, lo único que me rodea es el odio. En todas sus formas, en todas sus manifestaciones. Los seres humanos vivimos buscando, encontrando o inventando diferencias y no coincidencias. Nos enfundamos para el odio.

No todo es desesperanza. Algo se puede hacer para ayudarla, para darle visibilidad. Un grupo de escritoras argentinas, desde las reconocidas a nivel mundial como otras menos populares tomaron la iniciativa de leer el libro de Cometierra de manera conjunta. Irene Vallejo dedicó su columna a defender las letras, la vida y la expresión de Dolores Reyes.  A veces no parece que haya nada por hacer. Este es mi granito de arena para apoyar a una escritora que lo único que hizo es escribir acerca de una realidad cercana y cotidiana. Si no han leído Cometierra, no dejen de hacerlo. Lleva más de 55,000 copias vendidas. Y esto fue antes de la mala publicidad. Estoy segura que deberían ser muchas, muchísimas más.

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