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Por Marisol Rumayor

Hay prendas que se quedan contigo para siempre, la blusa que heredaste de tu mamá, ese abrigo que has usado mil veces o los jeans que te hacen sentir increíble. ¿Por qué? Porque tienen historia, durabilidad y propósito. Sin embargo, hoy más que nunca, necesitamos replantear nuestra relación con la ropa y no solo por nostalgia o estilo, sino por urgencia ambiental.

En los últimos años, el consumo consciente ha dejado de ser una tendencia para convertirse en una necesidad colectiva. La industria de la moda es la segunda más contaminante del planeta, responsable de aproximadamente el 10% de las emisiones globales de carbono y de miles de toneladas de desechos textiles cada año. Y en México, aún estamos lejos de tener políticas ambiciosas que impulsen una economía verdaderamente circular.

Pero siempre hay quienes se atreven a abrir camino. Hace más de una década, Ytzia Belausteguigoitia, fundadora de Troquer, se preguntó si era posible transformar la manera en que consumimos   moda sin perder el gusto por vestir bien. Y no solo se lo preguntó: lo hizo realidad.

Troquer nació como una plataforma digital de compraventa de ropa de lujo de segunda mano, pero en realidad es mucho más. Es una comunidad de mujeres que entienden que dar segunda vida a una prenda es una forma poderosa de reducir residuos, generar valor económico y resignificar el acto de consumir. Es una apuesta valiente en un país donde lo “usado” todavía se mira con recelo.

Hoy, miles de personas en México compran y venden sus prendas a través de Troquer. Cada intercambio representa una pieza menos en la basura, una historia que continúa, un acto consciente.

Mientras emprendimientos como Troquer hacen lo suyo, el gran reto sigue estando en lo estructural. México no cuenta aún con una ley nacional que obligue a los fabricantes, marcas y distribuidores a hacerse responsables por los residuos que generan.

Esto implica que las empresas pueden vender sin pensar en el "después", sin procesos para recuperar, reciclar o tratar lo que producen. Mientras tanto, otras naciones ya van pasos adelante. En Chile, por ejemplo, ya existe la Ley REP (Responsabilidad Extendida del Productor) que obliga a las empresas a tener un plan concreto para recolectar y gestionar sus desechos. Las marcas no solo se hacen responsables de sus propios productos, sino que incluso pueden aportar a sistemas compartidos que recuperen residuos de toda la industria.

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