Por Mariana Conde
Hoy me dispuse a releer un libro de cuentos de Adela Fernández que la primera vez me cautivó.Buscaba ocupar mi mente con lecturas valiosas para alejarme un poco de un cuento propio que estoy en proceso de escribir y en el cual me encuentro atorada. Me acordé de aquel Duermevelas, tomo engañoso por sus diminutas dimensiones –mi esposo al verlo preguntó: “¿y ese librito?”–, pero que contiene grandes relatos, siniestros y perturbadores.
Abrí la primera página y, al ver la inconfundible firma estampada en ella, recordé que me lo había regalado mi primer maestro literario, el escritor Eusebio Ruvalcaba.Quien haya conocido a Eusebio probablemente tenga una opinión sobre él. Fue un hombre lleno de claroscuros, de un talento monumental que nunca quiso comprometerse a convención alguna. Yo tengo un recuerdo quizás más afable de él, quien, como tallerista, trató mi incipiente habilidad literaria –o ausencia de la misma– con la delicadeza de quien manipula el frágil huevo de un insecto. Y es que él era así: tras su persona áspera y llena de aristas, su desprecio por lo manicurado y falso, encontrabas un maestro excepcional que buscaba exprimir las muchas o pocas virtudes que alguien tuviera para ofrecer, exigiendo según la capacidad de cada alumno, mientras intentaba expandir todo lo posible; siempre compartía sus enormes conocimientos por parejo. No había aprendiz pequeño y eso lo hacía, para mí, grande.
Recuerdo el gusto que sentí al leer este libro de Fernández que él me obsequió diciendo: “Estoy seguro que tú vas a apreciar esta joya”. Siempre agradecí que me hubiera acercado a esa icónica escritora, dramaturga y guionista mexicana.
De vuelta mi atención al presente, me dio pena ver que la pasta de mi Duermevelas se estaba despegando y me puse a pensar en cómo podría repararlo. Al revisar la contraportada para ver si había forma de pegarla, me encontré la mejor sorpresa, una que en todo este tiempo de tener el libro, incluso después de haberlo leído, nunca vi: la pequeña página está cubierta de un algo que Eusebio escribió, probablemente con prisa. No me queda claro si son reflexiones, una carta de amor/desamor o incluso el final de un poema.