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Por Mariana Conde

¿Trabajas o eres ama de casa?

Pregunta fallida que implica que estos dos conceptos se oponen; una falsa disyuntiva que mal disimula cierta dosis de subestimación. Y es que, aún hoy, aquí y en China, para muchos eso no es trabajar. 

Me acuso de haber caído en tal injusticia antes de ser madre. Tardé días en perdonar a mi esposo cuando, después de nacer mi hija, las personas del hospital le fueron a preguntar por la ocupación de la madre y respondió: Ama de casa. Él jura que fue un lapsus brutus, yo creo que lo traicionó el subconsciente; en esos días yo ya no tenía empleo de tiempo completo, pero disfrutaba de un contrato de consultoría y no me había planteado dejar de trabajar. Me sentí bastante ofendida por el título que él había hecho oficial apenas horas después de que parí a mi nueva patrona.

Conozco pocos trabajos tan demandantes y poco apreciados como ser ama de casa y este recae casi siempre en la mujer. Ya Sonia Garza nos contaba en este mismo diario la semana pasada que en 2023 “…las mujeres contribuyeron con 71.5 % y los hombres, con 28.5 por ciento” del valor económico de las labores domésticas y de cuidados en México. 

La parte de labores domésticas no tendría que ser complicada de dividir. Pero el asunto adquiere mayor complejidad cuando entran en juego los cuidados: de hijos, enfermos o familiares de la tercera edad, lo cual implica que alguien debe quedarse a trabajar sin sueldo dentro del hogar. 

Por supuesto existen parejas donde los roles son a la inversa y es el hombre quien se hace cargo del hogar, pero para términos de estas líneas me iré con lo que sucede en la mayoría de los casos y planteo el siguiente escenario:

Un matrimonio en el que ambos tienen trabajo remunerado decide tener un hijo y acuerda que será la mujer quien deje su empleo. Tal vez sea por gusto o tal vez porque no tienen opción dada la falta de apoyo de las empresas y el Estado para las empleadas que se convierten en madres, pero supongamos que se trata de una decisión libre y consensuada. Hasta ahí la cosa va bien. Como en todo proyecto, los problemas están en la implementación ya que no hay contrato, reglamento, vaya, ni siquiera unos poquitos post-its en los que se plasme dicho acuerdo, sus alcances y límites. De hecho, la palabra límite no entra en esta descripción de puesto. 

Pero qué dices, ¿ponerlo por escrito? No has de confiar en tu marido. No es una cuestión de confianza sino de poner las cosas en claro; de expectativas, roles y la naturaleza humana que nos hace acomodarnos cuando sabemos que alguien más hará las cosas por uno. 

Yo tampoco hice un convenio en papel oficio y con copa por triplicado, pero de hacerlo incluiría al menos lo siguiente:

  1. Finanzas. Si renuncio a mi salario para trabajar como ama de casa y mamá, ¿cómo dividiremos el ingreso familiar? ¿Quién manejará las cuentas? ¿Cómo se decide el presupuesto y quién aprueba o veta los gastos? ¿Pedirá permiso también él para gastar?  Porque, por inverosímil que suene para algunos, necesitamos ver el sueldo de quien tiene el empleo remunerado como el monto facturado por esta sociedad de pareja y que debe usarse de forma equitativa con los mismos derechos y obligaciones para ambas partes.
  2. Responsabilidades domésticas y familiares. Soy la primera en cuidar el patrimonio que trae a casa el que en este momento cobra y de aliviarle la carga para que pueda seguirlo haciendo. Con esto entiendo que no conviene –ni es humanamente posible– que invierta horas productivas de días laborables en preparar comida, limpiar la casa, ir a juntas rutinarias de la escuela o a fiestas infantiles. Esto no quiere decir que mi pareja puede “delegar” todo lo que le desagrada o le da flojera, ni que a las ocho de la noche se tumbe a ver tele mientras yo acuesto a los niños y lavo sola los trastes de nuestra cena. En cuanto a los hijos, qué puedo decir, no son delegables.   
  3. Personal de apoyo. Una afirmación me hizo querer más a mi esposo después de algunos años de casados, me dijo: si no estuvieras necesitaría tres o cuatro personas para que se encargaran de todo lo que haces. Si está en sus posibilidades, sacrifiquen un cachito del ingreso familiar para pagar ayuda aunque sea unas horas a la semana; ya sea para aliviarte la carga o para escaparse los dos a una salida en pareja mientras alguien cuida a los niños. Un psiquiatra, si enloqueces de agotamiento, te saldrá más caro. 
  4. Tiempo personal. ¿Cuándo les toca descanso a cada uno? ¿Es parejo el fin de semana? Con frecuencia oigo “es que fulano llega muerto de la oficina.” Y tú, querida, ¿cómo acabas después de una jornada entre la cocina, la lavandería, ser entretenimiento infantil, valet, mayordomo, enfermera y chofer? Cuando los niños ya van a la escuela esta chamba puede ofrecerte la prestación de la flexibilidad. Abogo por aprovecharla bien. Busca algo que te llene, llámese hobby, ejercicio, cultura, tiempo para leer o aprender algo nuevo. Aún mejor, usa el tiempo que te compras con el inciso C en algo que te genere ingresos o te mantenga conectada al mundo laboral; si pretendes algún día volverte a emplear esto lo hará un poco menos difícil. Aunque sabemos que el mercado laboral es duro para las madres que se retiraron a maternar, podrías irte forjando un autoempleo.
  5. AOB (Any Other Business). Todo lo demás que salga corre el riesgo de caer dentro de las responsabilidades del ejecutivo Ve, o sea, tú.  Y así, te toca ser agencia de viajes, redactora de felicitaciones o condolencias, Office Depot combinada con Fantasías Miguel, psicóloga, geriatra para ambos lados de la familia y gestora de Amazon porque nadie más parece saber cómo se consiguen ¨las cositas esas que sirven para amarrar los cables¨. 
  6. Temporalidad. Como cualquier contrato este debe tener tiempo de vigencia. ¿Cuándo podrás regresar a tu trabajo o perseguir otros intereses? ¿A la edad en que te acepten el niño en la guardería o ya que esté en el kínder? ¿Cuando el menor cumpla siete y acabe de cimentar su sistema nervioso? Conviene pensarlo y aunque suene imposible, se puede.

Todo esto es mejor, por supuesto, platicarlo antes de casarse o irse a vivir juntos, es difícil renegociar derechos adquiridos.  

Hoy valoro mucho más esta labor invisible que mi mamá, mi abuela, la tuya y tantas otras madres y “simples amas de casa” han trabajado por generaciones. Reconozco que cada vez hay más participación masculina y veo grandes ejemplos a mi alrededor. Espero que esta tendencia siga creciendo y que se valore y se remunere como es debido este trabajo que es vital, lo cual solo se logrará en su plenitud con un sistema nacional de cuidados. 

Como dice mi sabia suegra empresaria, madre y ama de casa: nadie debe regalar su trabajo.

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