Por María Alatriste
En el siglo XXI, la conversación sobre las madres trabajadoras aún puede sentirse como una interminable lucha entre la responsabilidad profesional e instintos primordiales de proveer cuidado en casa. Cómo se siente esta tensión tiene poco que ver con la parte del mundo en la que se encuentren. México y Suecia, por ejemplo, son los dos extremos del espectro cuando se trata de sus políticas públicas, actitudes culturales e instituciones sociales relacionadas con la maternidad y el trabajo.
Suecia a menudo se percibe como un barómetro del progreso en igualdad de género. Esto no solo debido a sus políticas equitativas de licencia parental o su visión inclusiva de la paternidad; es porque esas políticas están respaldadas por una cultura que incluye la participación paterna en la crianza como norma. Pero incluso en esta sociedad progresista, todavía son las MUJERES quienes son las principales cuidadoras, lo que demuestra que, aunque exista nueva legislación, eso no significa que las actitudes cambien de la noche a la mañana.
Por otro lado, México tiene que lidiar con una realidad mucho más complicada y desigual. Las madres trabajadoras en México, que trabajan mayormente en el sector informal, no tienen prácticamente ningún apoyo legal en términos de licencia o protección laboral. Esto, sumado a una cultura profundamente machista, es la razón por la que muchas mujeres enfrentan barreras estructurales y sociales solo por querer seguir trabajando y cuidando a sus hijos al mismo tiempo.
Las cifras pintan un cuadro pesimista: el 60 por ciento de las mujeres trabajadoras en México tienen empleos informales, mal pagados y sin acceso a derechos laborales fundamentales. Y el miedo al despido por embarazo, la violencia doméstica y la presión cultural para cumplir con un conjunto de normas tradicionales hacen de la maternidad una zona de guerra.
El problema no son solo las leyes, sino la mentalidad. Aunque no han faltado estudios que corroboran esto, la cuestión es que para que las políticas sean efectivas, deben ir acompañadas de un cambio tangible en las actitudes sociales y un cuestionamiento de sus raíces.
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