Por Lourdes Encinas
Un arreglo de flores blancas cubría el ataúd, acompañado de un par de cirios eléctricos en cada extremo. Sobre ellos, en lo alto de la capilla y estratégicamente colocada en el punto hacia donde se dirigían todas las miradas, una pantalla de televisión transmitía comerciales de la funeraria. En pleno rezo del rosario, una empleada entró para ajustar la pantalla con un control remoto.
Los anuncios, repetidos una y otra vez, promocionaban paquetes funerarios, la florería y hasta el menú de la cafetería. Interrumpían la solemnidad del momento más íntimo y sagrado de despedida. Las imágenes aparecían sin sonido, para no competir con el murmullo de las oraciones. ¡Faltaba más!
Dios te salve, María, llena eres de gracia.
Nuestras instalaciones ofrecen la mayor comodidad en un momento tan difícil.
No fue una escena de película distópica, fue real. La presencié hace apenas unos días en una funeraria local. Y me impactó no sólo por lo grotesco del montaje, sino porque ejemplifica uno de los puntos más bajos a los que ha llegado la comercialización de la muerte. Ese momento que nos iguala a todos se ha convertido en un negocio donde el respeto y la dignidad quedan en segundo plano frente a la oportunidad de venta.
Las funerarias han perfeccionado el arte de capitalizar el duelo. Se aprovechan de vacíos legales y de la vulnerabilidad de las familias que, entre el dolor y la urgencia, rara vez están en condiciones de cuestionar precios, negociar condiciones o revisar las letras pequeñas de los contratos.
Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
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En México, la Ley Federal de Protección al Consumidor y la NOM-036-SCFI-2016 regulan la publicidad de bienes y servicios funerarios. Ambas exigen que la publicidad sea veraz y no abuse de la vulnerabilidad emocional de los consumidores. Pero ninguna prohíbe expresamente la colocación de anuncios en salas de velación. En principio, esta práctica es legal, siempre que no se incurra en publicidad engañosa.
Pero que sea legal no significa que sea legítimo, mucho menos respetuoso. Colocar anuncios sobre un difunto no es solo una anécdota de mal gusto: es el síntoma de un sistema que ha normalizado el lucro en todos los ámbitos de la vida, incluida la muerte. ¿Estamos condenados a ser consumidores incluso después del último suspiro?
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino.
El diseño de nuestro parque funerario es ideal para una visita cómoda y segura.
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