Por Lillian Briseño
Se atribuye a Porfirio Díaz la frase que titula esta columna. Quienquiera que haya sido su autor, estas palabras parecen ser un signo o una fatalidad que ha perseguido a México desde que se conformó como un país libre y soberano.
200 años después de nuestra Independencia, Estados Unidos sigue siendo un factor determinante en el devenir mexicano. Y hoy, más que nunca, parece tenernos en sus garras.
Y es que Trump se lanzó con todo contra México en su toma de posesión. Verdaderamente nos dio hasta por debajo de la lengua. Que si los aranceles, que si los migrantes, que si los cárteles terroristas, etcétera.
Repitió también la idea de cambiar el nombre de Golfo de México por el de Golfo de América, donde, se sobreentiende, América son ellos. Golpea así el orgullo nacional al atentar contra una toponimia que nos distinguía en el mundo. ¡Qué agallas las de Trump!
Con gran desparpajo olvida el presidente norteamericano que gracias, en mucho, al sacrificio de México y los mexicanos, Estados Unidos se ha convertido en la potencia que es. Qué conveniente es no recordar que, desde nuestra Independencia, los gringos nos vieron como un proveedor potencial de tierras para satisfacer sus deseos expansionistas; para extender su territorio del Atlántico al Pacífico.
Qué fácil les ha resultado el olvidar que los estados sureños fueron parte de México, que muchos de sus habitantes son descendientes de mexicanos, que varios de los nombres de sus ciudades y calles son palabras en español que remiten al pasado hispano mexicano de la región y que varios de los millones de hombres y mujeres que viven ahí, son de origen mexicano y están legítimamente viviendo en lo que no hace mucho fue su territorio.
Trump ahora, y muchos estadounidenses en el pasado, critican la presencia de esos mexicanos -indocumentados algunos, es cierto, pero porque no tienen opción- olvidando que su fuerza laboral es precisamente eso, una fuerza que ha ayudado a consolidar, desde hace un siglo por lo menos, el poderío norteamericano.
México ha sido solidario como el que más con el país vecino, y uno de los ejemplos mayores es el Programa Bracero que implicó el envío de -brazos- mexicanos a trabajar en actividades productivas de Estados Unidos cuando los estadounidenses no podían satisfacer la demanda debido a la Segunda Guerra Mundial. Y si bien este esquema funcionó desde 1942 hasta 1964, sabemos que el trabajo de los “mojados”, “ilegales” o “indocumentados” sigue siendo fundamental para la economía norteamericana, aunque siempre han sido maltratados en el discurso oficial y en la realidad.
Negando esta realidad, México le ha gustado a Trump para “agarrarlo de su puerquito” desde su cuatrienio anterior. Entonces, con la insistencia de la construcción del muro y la necedad de que nuestro país pagara por ello. Fue un discurso que repitió ad infinitum y que le ganó muchos adeptos allende la frontera. Una promesa que, desafortunadamente, se cumplió con la aparición de una gran muralla entre los dos países, y no sólo física.
Ahora, Trump vuelve a la carga contra los migrantes que como sabemos no son sólo mexicanos, y revive su discurso señalando a México como el país que permite su paso a territorio norteamericano obligándolo a mantenerlos/recibirlos en su territorio. Problemón éste para un país que se encuentra entre la disyuntiva de qué hacer con los migrantes extranjeros, cuando se ve obligado a defender los derechos de los mexicanos en Estados Unidos.
La migración es el gran tema del siglo XXI, y como tal, es un problema global que no se resolverá con decretos, pero por el momento, servirá de pretexto para que una y otra vez, durante los próximo cuatro años, el presidente Trump ataque a México y exhiba la vulnerabilidad de este país en el tema.
Ya lo dijo Díaz: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”.
Y sí, no cabe duda, ser el vecino pobre de los Estados Unidos ha tenido un costo enorme para México, al que ha socavado a lo largo de doscientos años de relaciones.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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