Por Lillian Briseño
Trump señaló recientemente que México podría convertirse en el estado 52 de la Unión Americana. Ayer, 7 de enero, afirmó también que cambiaría el nombre de Golfo de México por el de Golfo de América (“what a beautiful name”), dado que la mayor parte del intercambio comercial que se realiza en la zona corresponde a aquel país.
De pronto parece que volvemos al siglo XIX, cuando la Doctrina Monroe sentenciaba América para los americanos, justificando el expansionismo estadounidense por el continente y evitando que intereses ajenos a este territorio se apropien de su riqueza.
Como sabemos, la consigna ha sido útil en el discurso de los gringos, no así para el resto de los países de este continente. En nuestro caso, México sufrió más de una intervención e invasión extranjera durante el siglo XIX, amén de varias guerras que debió enfrentar con pocos recursos económicos, militares, estratégicos y logísticos, sin que los norteamericanos metieran mucho las manos.
Es más, incluso en una de ellas, los autollamados americanos (estadounidenses), hicieron efectiva la consigna al apropiarse del 53% del territorio mexicano tras la firma del tratado de Guadalupe Hidalgo en 1848, por la cual México “cedió” esa extensión a cambio de 15 millones de pesos. Como recibió dinero a cambio del territorio, no podría reclamar en adelante su propiedad. Sí, América para los americanos.
La anexión de Texas a los Estados Unidos en 1845 fue el pretexto ideal para iniciar un conflicto militar a todas luces injusto, desigual y oportunista entre ambos países, que tenía como propósito apropiarse de los entonces estados de Nuevo México y la Alta California. Se concretaba con ello la idea del Destino Manifiesto que dictaba al vecino del norte su derecho a expandir su territorio del Atlántico al Pacífico. Sí, América para los americanos.
Ahora, en pleno siglo XXI y con el pretexto de proteger la economía, Trump se lanza con todo contra México y Canadá por las supuestas ventajas competitivas y abusos que estas dos naciones han obtenido a través de los intercambios comerciales con los Estados Unidos.
Los argumentos sobran cuando una potencia del tamaño de aquel país amenaza a los que son sus socios y que por esa razón se esperaría que tuvieran algún trato preferencial en toda esta historia. Sin embargo, desde su campaña y, sobre todo, desde que es presidente electo, Trump ha atacado a sus vecinos en una lucha, de nuevo, desigual. Ni México, ni Canadá tienen la fuerza económica o militar capaz de enfrentar a los Estados Unidos. Si, América para los americanos.
Por lo pronto, Canadá ha perdido un poco la vertical con la renuncia de Trudeau como primer ministro, la cual, de forma audaz y oportunista, Trump se ha arrogado y seguramente capitalizará.
Pero no satisfecho con estos golpes verbales, también ha dicho que EUA debe recuperar el control sobre el canal de Panamá, aludiendo casi a un derecho histórico (no ha dicho que divino afortunadamente) y a que se les cobran tarifas demasiado altas a sus barcos, además de la inconveniente presencia de los chinos en la zona. Es pues necesario retomar su administración. Si, América para los americanos.
Y en lo que parece ya el colmo o un acto demencial, Trump ha pedido a Dinamarca que le venda Groenlandia a los Estados Unidos por motivos de seguridad nacional, sin descartar el uso de la fuerza militar para apropiarse de la isla. Obviamente los daneses le han respondido con un palmo de narices al futuro presidente, pero todos sabemos que, con Trump, you never know.
En fin, que quién podía imaginarse que, después de más de doscientos años, la Doctrina Monroe y su premisa de América para los americanos recuperaría vigencia. Bajo su bandera se ha tratado históricamente de expandir la presencia, el poder y el control estadounidense sobre todo aquello que se le ocurra a los Estados Unidos, ampliando ese “derecho” allende las fronteras del continente. Y nadie mejor que Trump para intentar ejecutar sus designios ahora en el siglo XXI.
Y si bien ante este escenario de expansionismo parece una frivolidad discutir si el Golfo de México se debe llamar Golfo de América (“what a beautiful name”), la carga ideológica de tal iniciativa es enorme. Significa, entre otras cosas, que Trump dará una larga batalla para lograr aquello que tanto ha prometido: Make America great again.
Es probable que ese discurso decimonónico, excluyente y racista de la Doctrina Monroe -América para los americanos-, se siga defendiendo de una u otra manera, aunque sólo sea en esa perorata beligerante que practica Trump, donde lo que él y sus compinches entienden por americanos se refiere sólo a ellos, a quienes viven de ese lado de la frontera. Ellos son los verdaderos americanos.
Es por eso que, amén de muchos otros defectos, la Doctrina Monroe termina siendo una falacia, pues en su entender y en la práctica, ha demostrado que América no es para todos los americanos.
Parece que hemos retrocedido doscientos años en la historia.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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