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Por Laura Carrera

La atención es uno de esos recursos invisibles que todos tenemos, pero que, sin darnos cuenta, hemos ido perdiendo. Cada inicio de año hacemos propósitos: movernos más, comer mejor, aprender algo nuevo. Pero, pocas veces pensamos en la atención, aunque es lo que sostiene cualquier meta que queramos alcanzar. Si la descuidamos, nos alejamos de nuestros objetivos.

 

Desde tiempos prehistóricos, la atención fue esencial para sobrevivir. Nuestros antepasados necesitaban estar alertas ante cualquier señal de peligro, pero también sabían detenerse y observar. A medida que el mundo se volvió más complejo, nuestra atención evolucionó, y nos empujó a dividirla en distintas partes. Sin embargo, esta habilidad de repartir nuestra atención no se ha traducido necesariamente en una mejor calidad de vida. De hecho, la capacidad de enfocarnos en una sola cosa a la vez se ha convertido hoy en un verdadero desafío.

 

En la última década, este equilibrio ha cambiado. Las pantallas y las innumerables notificaciones nos han empujado a estar en constante movimiento mental, saltando de una cosa a otra y se nos hace más difícil mantener una concentración sostenida. Nos distraemos durante conversaciones o interrumpimos actividades para revisar el teléfono. A esto se suma la presión de estar constantemente disponibles y, ello genera que nos mantengamos en un estado de alerta permanente. Nuestro cerebro ya no descansa.

 

Esto tiene consecuencias claras. En adultos, la falta de atención afecta el rendimiento laboral, las relaciones y la calidad del descanso. Un estudio de Harvard destaca que somos más felices cuando estamos presentes en lo que hacemos. La mente que divaga, concluye el estudio, reduce nuestro bienestar. Pero, más allá del bienestar emocional, hay implicaciones físicas. El exceso de distracciones puede aumentar los niveles de cortisol, la hormona del estrés, y ello contribuye al aumento de problemas cardiovasculares y también a trastornos del sueño.

 

En niños y jóvenes el impacto es aún más serio. El uso excesivo de pantallas está moldeando la capacidad de concentración y aprendizaje. La UNICEF advierte que esto puede estar vinculado con el aumento de diagnósticos de TDAH y otros problemas relacionados con la atención. En América Latina, donde la tecnología ha llegado de forma acelerada, pero sin el mismo nivel de educación digital que otras regiones, el problema se ve más complejo. Las y los niños tienen acceso a dispositivos desde muy pequeños, pero no siempre cuentan con adultos que les ayuden a regular su uso y al desarrollo de habilidades atencionales.

 

El efecto no es igual para todos. En comunidades rurales de México o zonas con menos acceso a tecnología, la atención parece conservarse mejor. Las y los niños de estas regiones están acostumbrados a un ritmo de vida diferente, con más interacción social y contacto con la naturaleza. En cambio, en las grandes ciudades, donde los dispositivos son omnipresentes, los niveles de estrés, ansiedad y distracción están creciendo rápidamente. 

 

La desigualdad tecnológica también juega un papel en la forma en que se desarrolla la atención. Quienes tienen acceso constante a dispositivos tienen mayor riesgo de perder capacidad atencional, mientras que aquellos con acceso limitado pueden desarrollar otras habilidades cognitivas.

 

Hay algunos estudios que sugieren que una atención dispersa durante años puede aumentar el riesgo de enfermedades neurodegenerativas, como el alzheimer. La falta de actividades que requieren concentración afecta la plasticidad del cerebro. Esto es preocupante en un contexto como el de México, donde el acceso a atención médica y programas de prevención es limitado en algunas zonas. El alzheimer y otras enfermedades relacionadas con la falta de estimulación mental afectan de forma desproporcionada a comunidades que ya enfrentan otros desafíos de salud pública.

 

Recuperar la atención no requiere grandes esfuerzos ni inversiones. Se trata de volver a lo simple: escuchar con calma, caminar sin prisas, leer lejos del teléfono. Apagar las notificaciones durante ciertas horas o dedicar tiempo a la meditación puede ayudar. Las escuelas también juegan un papel importante como, por ejemplo, promover la lectura que cada vez parece más difícil, los juegos al aire libre y las actividades artísticas. Todo ello puede fortalecer la atención desde la infancia. 

 

En México y otros países de la región, se está comenzando a implementar programas de educación emocional y atención plena en algunas escuelas. Y, aunque todavía son iniciativas aisladas, demuestran que hay un reconocimiento creciente del problema. Algunos programas piloto han arrojado mejoras en el rendimiento académico y en la salud mental de las y los estudiantes. Estos esfuerzos, aunque aún incipientes, pueden marcar una diferencia a largo plazo.

Empezar el año trabajando en nuestra atención puede no parecer un cambio inmediato, pero sus beneficios se reflejan en cada aspecto de nuestra vida. Estar más atento nos ayuda a cumplir metas, mejora nuestras relaciones y nos hace sentir más presentes.

 

En un mundo lleno de distracciones, cuidar nuestra atención es más necesario que nunca. Y en América Latina, donde las desigualdades digitales y educativas son evidentes, poner el foco en la atención podría marcar una gran diferencia en el bienestar de futuras generaciones. Es un acto de resistencia, pero también de autocuidado, y tal vez, uno de los propósitos más valiosos que podemos adoptar este año 2025.

* Antropóloga Social y sociolingüística, especialista en neuroeducación y educación emocional. Creadora del podcast ‘despertar emocional’.

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@lauracarrera

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