Por Juana Ramírez
Mientras escribo esta columna, “Los Dos Hemisferios de Lucca” -la película basada en el libro del mismo nombre escrito por Bárbara Anderson, columnista también de Opinión 51- ya es la segunda más vista en Netflix y seguro llegará al primer lugar. En simultáneo Trump y sus fans celebran la deportación de cientos de migrantes latinoamericanos acusándolos de ser responsables de crímenes atroces, mientras se ratifican los temidos aranceles del 25% a los productos mexicanos, se proyecta desconocer los derechos de la comunidad LGBT+ y el discurso oficialista parece polarizarse en favor del hombre blanco, fuerte, dominante, rico y golpeador. Han pasado más de mil días desde la invasión de Rusia a Ucrania, mientras que la guerra en Gaza ha dejado ya más de 40 mil muertes.
Domingo de servirse un café, leer la prensa y algunos chats -mi favorito sigue siendo el de las columnistas de Opinión 51, al que acertadamente la misma Bárbara le puso “comadre hood”- y es inevitable no pensar también en este mundo como en el de dos hemisferios desconectados.
Nuestro cerebro está dividido en dos mitades que, aunque anatómicamente son similares, funcionalmente tienen diferencias sustanciales. El hemisferio derecho frecuentemente se le relaciona con la imaginación y las expresiones artísticas como la pintura y la música. Por el contrario, al hemisferio izquierdo se otorgan las habilidades más científicas y matemáticas, porque procesa la información de forma secuencial. De hecho, su especialidad es el lenguaje escrito o hablado, gracias a su capacidad para procesar la información que puede traducir en códigos y reglas que recibe, ordena y almacena. El hemisferio derecho controla los músculos en el lado izquierdo del cuerpo y el hemisferio izquierdo controla los músculos en el lado derecho y por ello es necesario que exista un equilibrio entre el funcionamiento de ambos a través de una compleja red de conexiones neuronales, desde donde se desprende el control muscular y sensitivo desde la cara hasta el resto del cuerpo.
El mundo también está ordenado de una manera similar: si la referencia es la Línea del Ecuador, la Tierra está dividida en los hemisferios norte y sur. La mayoría de las economías más fuertes y desarrolladas se encuentran en el hemisferio norte: Estados Unidos, Canadá, Alemania, Japón y varios países de Europa occidental. En contraste en el hemisferio sur está la mayor parte de la población joven del mundo, pero también los países en vías de desarrollo.
Desde una perspectiva socio cultural, el mundo podría ser dividido adicionalmente en los hemisferios oriental y occidental. Sin que propiamente implique una división geográfica, sí que lo es desde una óptica social, cultural, económica, política y religiosa. Del lado occidental están de nuevo las economías más desarrolladas y avanzadas como Estados Unidos, Canadá y la mayoría de los países europeos que tienen un PIB per cápita más alto que la mayoría de los países del hemisferio oriental. En occidente las sociedades son más individualistas, pero persiste también una mayor orientación hacia la democracia, los derechos humanos y la libertad individual, en comparación con el hemisferio oriental, donde las brechas sociales y de género suelen ser más pronunciadas, aunque sus sociedades suelen identificarse más con valores como la colectividad, el respeto por la autoridad y la tradición.
Pero volvamos a Lucca. Unos pocos días después de su nacimiento, a Bárbara le dijeron que su hijo tenía un fuerte daño cerebral que le impediría caminar, hablar o comer sin ayuda. Gracias al libro y ahora a la película, son ya millones los que conocen esta historia y saben que la parálisis cerebral de Lucca se convirtió en la causa de su familia para cruzar mares y montañas hasta llegar a la India con el Dr. Rajah Kumar y su Cytotrón, que estimuló la regeneración de los tejidos, generando nuevas y esperanzadoras conexiones en su cerebro. Después de cuatro viajes a la India, Lucca ha dado grandes pasos: está terminando la primaria -no sin varias batallas de Bárbara para que los niños con discapacidad sean admitidos en las escuelas-, después estrenar su voz con las palabras “Kumar” y “mamá”, sigue avanzando en el lenguaje y ha comenzado caminar.
No es una fantasía y tampoco ha sido fácil. Es el resultado de muchas cosas: de la amorosa sociedad de sus padres a prueba de todo, de la ocurrente genialidad de su hermano Bruno, de los cuidados, del esfuerzo, de la subversión familiar de no darse por vencidos, de la ciencia y de la magia que ocurre cuando todo esto se combina. Como lo dice en mismo Dr. Kumar en la película: “No es un milagro, es ciencia pura: 33% el Cytotrón, un 33% por sus padres y un 33% por Dios.”
Este mundo parece casi siempre un espacio desolador en el que los hemisferios están dolorosamente desconectados y, sin embargo, de vez en cuando aparecen también Luccas y Bárbaras para recordarnos que darse por vencidos no es una posibilidad. El mundo está herido, sí, pero no de muerte. Estos momentos oscuros para la libertad, la diversidad, la equidad, la inclusión, la democracia y el progreso, que nos hacen pensar en una guerra perdida, tan solo son batallas. Tendremos que levantarnos de nuevo, como lo hace la familia de Lucca cada día, para seguir luchando, cuidando y celebrando las pequeñas victorias: “El cerebro de Master Lucca tiene una herida que no permite que se conecten sus dos hemisferios. Pero el hecho de que dio un paso con una pierna y continuó el movimiento con la otra significa que ahora funcionan juntos.” -Dr. Kumar-.
Vamos a mudarnos todos al hemisferio de la empatía y desde allí trabajemos cada cual desde su frente para generar de manera intencionada y subversiva todas las conexiones, todos los puntos de colaboración y respeto para una humanidad que necesita celebrar las diferencias porque allí está justo la oportunidad.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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