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Por Jennifer Seifert Braun*

Este Día de las Madres, muchas mujeres no recibirán flores, ni abrazos, ni dibujos hechos con colores. No porque sus hijos no las quieran, sino porque les han sido arrebatados. No porque hayan fallado como madres, sino porque un sistema entero les ha fallado a ellas. La violencia vicaria, esa forma cruel de castigo en la que las hijas e hijos son usados como armas contra sus madres, sigue ocurriendo en silencio sin justicia que la detenga.

 ¿Qué es la violencia vicaria?

La violencia vicaria es un tipo extremo de violencia de género en la que un agresor, ex-pareja de la mujer, convierte a las hijas e hijos en el vehículo de una agresión indirecta. No para hacerles daño directamente, al menos no como fin principal, sino para castigar a la madre. Es una extensión del control y del castigo que comienza muchas veces con la violencia física o psicológica, y continúa incluso después de la separación.

 No se trata de conflictos familiares ni de problemas de pareja.

 Es una estrategia deliberada para anular, castigar o quebrar emocionalmente a la mujer. Y aunque el objetivo simbólico sea la madre, quienes más sufren y arrastran las secuelas más profundas son las hijas e hijos: niñas y niños que una madre intentó proteger del peligro y que hoy están de vuelta en el mismo entorno violento, solo que ahora, sin ella. Porque cuando la madre desaparece, la violencia no se detiene, se vuelve más intensa y más cruel.

 En muchos casos, el daño es tan profundo que las hijas e hijos desarrollan un mecanismo de defensa doloroso pero comprensible: aprenden a rechazar a la madre, incluso a odiarla, porque aceptar cuánto la extrañan sería más insoportable que negarla por completo. Es más fácil enfriar el amor que convivir con el vacío.

 Es una violencia que nace y se perpetúa dentro del marco del machismo, y que ocurre porque muchas mujeres se atrevieron a decir basta. Y lo más grave: el Estado, al saber que es consecuencia directa de su complicidad, su negligencia y su falta de voluntad para proteger a las mujeres y a las infancias, se niegan a actuar con la urgencia y la profundidad que la realidad exige.

¿Por qué este tema importa hoy?

Porque hoy se celebra a las madres con flores, campañas emotivas y homenajes públicos; mientras muchas de ellas vivirán en silencio su duelo. Porque les han sido arrebatados por un agresor que supo usar la ley, o su ausencia, como aliada.

La violencia vicaria no se detiene en lo privado. Tiene raíces estructurales. Se sostiene en jueces indiferentes, instituciones colapsadas, abogados sin ética y una cultura que todavía culpa a las mujeres por denunciar, por separarse, por sobrevivir. 

Hablar de violencia vicaria en el Día de las Madres no es inoportuno. Es urgente.

¿Por qué duele tanto?

Porque es una herida viva que no cierra. La violencia vicaria no solo arranca a una madre de sus hijas e hijos; también le arrebata el derecho a ejercer su maternidad, a cuidar, a proteger, a estar.

Duele porque el castigo es doble: primero, el agresor que actúa con odio y poder. Después, el sistema y la sociedad que observa con frialdad, que duda de la víctima y que normaliza el daño. A las madres nos piden paciencia, silencio, “respetar el proceso”; mientras del otro lado se permite el chantaje y la manipulación. 

Y sobre todo, duele porque quienes más lo sufren son las infancias. Niñas y niños que aprenden a sobrevivir despojándose de lo que más aman. Que dicen “odio a mi mamá” cuando en realidad están diciendo “la necesito y no puedo tenerla”. Que se ven obligados a reprimir el amor para soportar.

¿Qué estamos esperando?

No basta con nombrar la violencia vicaria. No basta con declaraciones huecas. Las hijas e hijos que la sufren no pueden esperar más. Necesitamos que se reconozca esta violencia como lo que es: una forma de tortura prolongada. Necesitamos una sociedad que ya no se calle. Que se indigne, que nombre las cosas por su nombre, que no repita el discurso de “algo habrá hecho”o “es un tema de pareja” sin pensar. Necesitamos una sociedad que se atreva a cuestionar todo; que no consuma pasivamente el odio disfrazado de “opinión”. Porque no es solo desinformación: es una estrategia activa para silenciar, desacreditar y retroceder.

Que este Día de las Madres no sea solo un festejo vacío. Que sea un llamado urgente: a proteger, a legislar con dignidad, y a reparar con justicia.

*Fundadora del Frente Nacional contra Violencia Vicaria y sobreviviente de este tipo de violencia. Estuvo separada de su hija y su hijo durante dos años. Desde entonces, ha trabajado incansablemente para visibilizar la violencia vicaria en la sociedad y promover su reconocimiento y sanción en las leyes.

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