Document
Por Gabriela de la Riva

Mis compañeras de Opinión 51 me pidieron que escribiera sobre el abrazo.   Puedo pensar que el abrazo es uno de esos gestos simples que tiene el poder de transformar la realidad. Que un abrazo apretado, genuino y sincero no solo nos envuelve en una sensación de cercanía, sino que también deshace barreras invisibles entre las personas. 

 

Pero me gana mi deformación profesional.. Soy investigadora social, y como parte de mi trabajo, mi misión es entender qué piensa, qué siente y cómo reacciona la gente ante diferentes situaciones, y por qué lo hace... Así que  ¿cómo puedo hablar de algo tan humano como el abrazo si no lo experimento en primera persona?  Por lo que decidí salir a la calle con un grupo de jóvenes, tres chicas y un chico, y caminar por las plazas y parques con carteles que decían: "Abrazos gratis". (varias veces se ha hecho éste experimento). Y… a ver qué pasaba.

 

La idea parecía inofensiva, hasta emocionante. Pero, al mismo tiempo, al dar el primer paso, me invadió una sensación de inseguridad. ¿Cómo iba a reaccionar la gente? ¿Qué pensaría de mí, una mujer madura de pelo blanco, ofreciendo abrazos en la vía pública?  ¿Estaba solo haciendo el ridículo? ¿Sería recibida de la misma manera que los jóvenes? Un montón de dudas y temores se agolparon en mi mente. Pero me tranquilicé al recordar que mi trabajo es precisamente ese: explorar lo que sienten, piensan y viven los demás, y luego analizar las respuestas, las emociones, las reacciones.

 

Y así comenzó nuestra pequeña experiencia de campo. Al principio, las personas eran reticentes, especialmente las mujeres, que parecían desconfiadas, como si el gesto fuera un juego o un truco. Pero poco a poco, las sonrisas empezaron a asomarse. Los abrazos se sucedían con más soltura, las caras se iluminaban, y algunas personas se reían, casi como si se tratara de un alivio inesperado.

 

Lo que más me sorprendió fue la reacción de los hombres mayores. Ellos fueron los más emotivos, los que parecían necesitados de un gesto tan simple pero tan profundo. No había intereses ocultos, no había otra intención más que la de recibir un abrazo sincero. Uno de ellos, un hombre de unos 70 años, con cara de cansancio y una mirada un tanto solitaria, me dijo con una sonrisa de gratitud: “¡Qué rico recibir un abrazo solo porque sí!”. No era solo la necesidad de compañía lo que se reflejaba en su rostro, sino una suerte de alivio, como si el abrazo fuera una cura para un malestar profundo.

 

Entre las personas que se acercaron, una de las escenas que jamás olvidaré fue la de un hombre mayor sentado en una banca del parque, conectado a una máquina de oxígeno, acompañado de una joven que intuí era su hija. Me llamó desde lejos al ver el cartel. Su rostro, marcado por la vida, se iluminó cuando le ofrecí el abrazo. “Gracias, me hacía falta”, me dijo, y sus palabras quedaron suspendidas en el aire. No hacía falta decir nada más. La hija, que no pidió el abrazo, lo necesitaba aún más. La abracé, y al instante su rostro se iluminó con una sonrisa que nunca olvidaré. Fue un abrazo sin pretensiones, sin exigencias, simplemente un abrazo por el hecho de ser humanos.

 

Al terminar la jornada, la sensación que me quedó fue la de haber recibido mucho más de lo que había dado. Esa tarde, no solo ofrecí abrazos, sino que también sentí en carne propia lo que representa un contacto humano sincero. No fue solo un ejercicio etnográfico, sino una lección emocional. Porque lo que vi y sentí esa tarde me reafirmó una certeza: el abrazo es mucho más que un gesto físico. Es una conexión profunda, una forma de acercarnos al otro de una manera que la palabra no siempre puede. En un mundo tan marcado por la distancia, por la inmediatez de las pantallas, por la desconexión emocional, el abrazo puede ser el único lenguaje capaz de crear un verdadero puente entre las personas.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.