Por Gabriela Andrade Gorab
He observado —y también lo he vivido— que las relaciones humanas se vuelven cada vez más efímeras, marcadas por la rapidez con la que se forman y, sobre todo, con la que se disuelven los vínculos afectivos. Esta fragilidad no afecta únicamente a las parejas, sino también a las amistades y a otros lazos significativos. La falta de responsabilidad afectiva —esa capacidad de cuidar, respetar y asumir las emociones del otro— evidencia una crisis profunda en nuestra manera de vincularnos. En un mundo donde la conveniencia y la inmediatez parecen imponerse, el compromiso emocional queda muchas veces relegado a un segundo plano.
La dificultad para vincularnos de forma sana, comprometida y consciente ha existido a lo largo de la historia. Las relaciones humanas han sido complejas desde siempre, y no todos los vínculos del pasado eran profundos o responsables afectivamente. Muchas veces, por ejemplo, las relaciones estaban condicionadas por normas sociales, económicas o religiosas, no necesariamente por una ética emocional.
La lógica de lo desechable
Las llamadas “relaciones desechables” se han vuelto casi tan comunes como los productos de consumo rápido. Influenciadas por la tecnología y las redes sociales, muchas de nuestras conexiones actuales son superficiales, breves y carentes de profundidad. Las personas entran y salen de nuestras vidas con una facilidad inquietante, sin que medie un verdadero esfuerzo por construir, sostener o cuidar el vínculo.
En este contexto, la amistad pierde su esencia: deja de ser un espacio de apoyo y confianza para convertirse en una mera conveniencia temporal, donde la lealtad y la empatía quedan en segundo plano.
Falta de responsabilidad afectiva
La responsabilidad afectiva implica ser consciente del impacto emocional que tenemos en otros y actuar con respeto y consideración -manteniendo la palabra, siendo cabal- . En las relaciones desechables, esta responsabilidad se ignora; se evitan conversaciones profundas y se descuidan las necesidades emocionales. Esto genera dolor, frustración y dificulta vínculos saludables.
En la amistad, la falta de compromiso provoca decepciones, sensación de ser valorado solo cuando conviene y ausencia de apoyo genuino en momentos difíciles.
Factores culturales y sociales
El individualismo (o las ganas de llegar al primer mundo, como lo veo) promueve la autosuficiencia emocional y evita ataduras que limiten la libertad. La velocidad de vida reduce la paciencia para cultivar relaciones profundas, y el miedo a la vulnerabilidad impulsa vínculos superficiales como defensa.
Este modelo relacional tiene un costo alto: aislamiento, soledad y vacío emocional, pese a que el ser humano necesita vínculos significativos para su desarrollo.
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