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Por Frida Mendoza
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Es desesperanzador, triste, doloroso y cada tanto vemos como se repite una y otra vez ese mensaje que nos recuerda la impunidad y esa falta de acceso a la justicia pero esta semana -que aún no acaba- nos dio un doble balde de agua fría.

Mario Marín, exgobernador de Puebla, responsable de torturar a la periodista Lydia Cacho y proteger redes de pederastia, salió de la cárcel para llevar su proceso en casa. Y Juan Antonio Vera Carrizal, acusado de ser el autor intelectual del intento de feminicidio y ataque con ácido a María Elena Ríos, fue absuelto por falta de pruebas.

Ambos casos han sido de los más mediáticos en la larga lista de dolorosos casos de violencia de género que arrastra este país. Si eso pasa con ellas ¿qué mensaje reciben el resto de víctimas?

Hace apenas unos días, para una nota que publiqué en EMEEQUIS hablé con Helena Monzón, hermana de Cecilia Monzón, víctima de feminicidio en Puebla. Hablamos, entre muchas cosas, de cómo iba el caso y del uso del amparo para atrasar el proceso judicial y que el acusado de ser el feminicida intelectual, Javier López Zavala pueda ser liberado de la prisión preventiva y al mismo tiempo sea homenajeado por el gobierno de Puebla con un cuadro suyo en una sala de secretarios.

No puedo dejar de pensar en la relación de estos casos, hombres poderosos, que han tenido cargos políticos, amparados por una estructura misógina y el poder que la impunidad les da.

Lydia Cacho no ha parado en su denuncia, ha sido clara y puntual en buscar que se logre la justicia. María Elena Ríos ha dividido su tiempo entre su recuperación física tras el ataque con ácido y luchar por la justicia para ella y por todas alertando y siguiendo puntualmente cada audiencia. Helena Monzón no ha dejado de insistir en dos años y medio que avancen los procesos para que la justicia cumpla con lo que quedó a deberle a su hermana.

Pero no solo han sido ellas, las madres de Lesvy, Mariana y Fátima son otros ejemplos. Y Abril y Liliana y Fabiola y Nadia y muchas muchas más se han enfrentado a procesos revictimizantes, a una justicia que pareciera no estar del lado de ellas y que cuando parecería que no tenían más que perder, les arrebataron la dignidad y la paz alentando procesos y liberando agresores. Ni el luto puede vivirse en paz.

En esta ola de indignación que me rebasa, abro mis redes y en algunos tuits de personas igual de molestas que yo leo mensajes infames que se regodean entre el “disfruten lo votado” y “ya ven pa qué defienden al poder judicial”... ¿qué? Respuestas igual de viciadas, igual de inhumanas, igual de insensibles.

Leo también que el presidente se suma a la defensa de una reforma al Poder Judicial hablando de la liberación de Mario Marín, “¿ya ven por qué se necesita una reforma?”, dice. Y entonces más allá de enojarme recordé las palabras de Helena Monzón: “no pienso rendirme, voy a seguir luchando”.

Es difícil y es doloroso tener que seguir luchando cuando hace mes y medio se cantaba a los cuatro vientos que el “tiempo de mujeres” había llegado y en cambio vemos un tiempo de impunidad. ¿Cómo le hacemos para encarar la realidad mientras todo esto sucede?

No soy una experta judicial, pero sé que urge un cambio ante la evidente indiferencia al dolor y en estos días de cobertura a lo que se avecina, hay voces sensatas exponiendo las dudas sobre si la reforma realmente ayudará al pueblo o empeorará el favoritismo hacia el poder y las resoluciones seguirán dejando en el desamparo a tantas personas. Es una realidad: más del 95 por ciento de los delitos cometidos contra mujeres queda en la impunidad.

¿Es hora de reconceptualizar la justicia? Claro que sí y muchas personas y organizaciones comprometidas con ello han publicado informes que invitan a que la reforma judicial sea feminista y a abogadas brillantísimas reiterando la urgencia de contrarreformas que de verdad velen por el acceso a derechos porque efectivamente, no podemos seguir así.

No podemos rendirnos y duele mucho, pero tampoco podemos aceptar que casos dolorosos se tomen -por parte de partidos o medios- como estandarte político para uno u otro lado cuando solo debería existir un camino por tomar: el de las víctimas.

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@FridaMendoza_

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