Por Fredel Romano Cojab
A lo largo de nuestras vidas, nos encontramos trazando metas, imaginando cómo será ese momento de gloria, cuando finalmente las alcancemos. Pensamos que, al llegar allí, todo tendrá sentido, que la felicidad será duradera y que el esfuerzo habrá valido la pena. Sin embargo, muchas veces ocurre algo inesperado: tras un breve instante de satisfacción, aparece un vacío, un sentimiento de sinsentido que nos deja preguntándonos: ¿y todo para qué?
Este fenómeno es más común de lo que pensamos y abre paso a reflexiones sobre lo que realmente buscamos al proponernos un objetivo. ¿Qué diferencia a las metas que nos llenan profundamente de aquellas cuya felicidad se desvanece rápido? ¿Cómo podemos lidiar con ese vacío y, aún así, encontrar significado en lo que hacemos?
El otro día, mi hijo alcanzó una meta importante para él. Cursa su segundo semestre en la carrera de arquitectura y logró un promedio excelente, justo lo que anhelaba. Recibió los aplausos y la admiración de sus profesores, y estuvo feliz… por un instante. Poco después, me confesó que un sentimiento de vacío lo invadió: un “¿para qué?”, una sensación de sinsentido que muchos hemos experimentado tras alcanzar algo que parecía tan importante para nosotros.
Esto me llevó a reflexionar sobre el vacío que sentimos al lograr ciertas metas. ¿Será porque no eran metas que realmente deseábamos en el corazón, sino metas impulsadas por el ego? Esas metas se basan más en el reconocimiento externo que en un deseo interno.
Søren Kierkegaard decía que “la puerta de la felicidad se abre hacia adentro”. A menudo buscamos en el exterior algo que nos llene, pero la verdadera satisfacción proviene de estar en armonía con lo que realmente anhelamos en lo profundo de nuestro ser.
Cuando alcanzamos metas impulsadas por el ego, su felicidad es efímera y se desvanece rápidamente. Sin embargo, estas metas tienen un propósito distinto: nos sostienen en momentos futuros. Por ejemplo, cuando te conviertes en un arquitecto establecido y enfrentas un bajón, esas metas “del ego” que alcanzaste en su momento pueden recordarte de lo que eres capaz. Aunque su emoción inicial sea breve, construyen una base de confianza en ti mismo y fortalecen tu autoestima.
Por otro lado, las metas que anhela el corazón son diferentes. Son aquellas que, al conseguirlas, nos llenan de plenitud, paz y satisfacción duradera. Generalmente, no están relacionadas con el éxito profesional o material, sino con deseos internos, personales y a veces difíciles de nombrar. Friedrich Nietzsche decía: “Quien tiene un por qué para vivir puede soportar casi cualquier cómo”. Estas metas nos conectan con un sentido trascendente que no depende de la aprobación externa, sino de nuestra esencia.
Ambos tipos de metas tienen su lugar y valor. Las metas del ego fortalecen nuestra estabilidad y autoestima a largo plazo, mientras que las metas del corazón nos brindan una conexión más profunda con nuestro ser. Al final, lo importante es identificar por qué buscamos alcanzarlas y aprender a valorar cada logro en su justa medida.
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