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Por Fátima Masse

Combinar la vida laboral con la maternidad no es fácil. Desde mi experiencia, requiere de una “red cercana de cuidados” sumada a un empleo que ofrezca condiciones compatibles con las tareas no remuneradas, que en su mayoría recaen sobre las madres. 

Estos requisitos no son menores y por eso en México la tasa de participación económica de los hombres es 62% mayor que la de las mujeres. 

Al cierre del año pasado había 24.6 millones de mujeres económicamente activas. De las cuales, 7 de cada 10 son mamás y más de la mitad de ellas (60%) tienen una pareja (cifras de la ENOE cuarto trimestre de 2024).

Lo que no se dice mucho sobre estas trabajadoras es que para permanecer en el mercado laboral después de que llega la maternidad se requiere de una red de personas cercanas que impulse y soporte este desafío. Desde una pareja que esté de acuerdo en que su mujer sea parte de la fuerza laboral, hasta una madre, tía o vecina que cuide a la(s) criatura(s) cuando la cosa se complica. 

Generalmente cuando se habla de estos temas se piensa en la época cuando las y los hijos nacen y son bebés. Pero ¿qué pasa cuando crecen y los horarios de la escuela no son compatibles con la jornada laboral? ¿Qué pasa cuando se enferman y no pueden ir a clase? ¿Qué hacer cuando surge un viaje de trabajo que requiere que la madre se ausente de casa unos días?

Estas situaciones generan tensión que, aunque se tenga el privilegio de tener cuidados institucionalizados, requiere de otras personas que salgan al quite. En la mayoría de los casos son mujeres cercanas. En otras ocasiones, pueden ser hombres que aportan en este sentido. Sin embargo, sin esa “red de cuidados cercana” sería casi imposible tener un empleo remunerado. 

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