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Por Fátima Masse

Mientras la Selección Mexicana vivía una derrota indignante, mis hijos gozaban de “tiempo especial con papá” en la Copa América. Desde hace meses, varios amigos se organizaron para llevar a sus niños futboleros a ver partidos de talla internacional en vivo y en directo. Una experiencia inolvidable.

Mis hijos, Carlos de 10 y Nicolás de 8, nacieron futboleros de corazón. No sé de dónde, porque ni su papá ni yo vivimos la afición. Ellos juegan en cada tiempo libre, son parte del equipo de la escuela, buscan en la tele repeticiones de partidos de todo el mundo y saben tantas estadísticas y datos curiosos de este deporte que me sorprenden.

Cuando regresaron del viaje, decidí entrevistarlos sobre su percepción con respecto a la participación de México. La reacción fue clara. El grande me dijo “mamá, cómo que no le echaron ganas, se notó. En el último partido, los vi cansados y hasta se ponían felices cuando los sacaban. Nada que ver con Colombia que tiraron y tiraron y tiraron y metieron tres golazos”. Nico molesto dijo “pudo haber metido un penal y la falló, se la mandó a las manos al portero”.

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