Document
Por Edmée Pardo

Abro mi teléfono, le pico a la aplicación de brújula y la tarea está hecha. Si miro la ventana dice que estoy 319 grados al Noroeste. Si giro 90 grados, exactamente sobre el mismo lugar, y miro la pantalla de mi computadora, dice que estoy a 221 grados al suroeste. ¡Cómo sabe el teléfono!.  Busco  una brújula como las de antes, una reglita acrílica con dos círculos acuosos que guardaba mi mamá para poner imanes y saber que el lado norte iba hacia la piel. Confirma la orientación, aunque no los grados. 

Dicen que fueron los chinos, como con  tantísimas cosas en la antigüedad, los que fabricaron la primera brújula por ahí por el siglo primero. Al frotar una barra de piedra imán, llamada calamita, y ponerla sobre agua, notaron que un extremo siempre apuntaba al norte y el otro al sur. Ese norte al que apuntaba es el norte magnético, que, por si no lo sabíamos, no es lo mismo que el norte geográfico. 

Quizá podríamos empezar por entender que la tierra es un imán y que en su centro hay metales en constante movimiento que generan un campo magnético gigante, que se extiende desde el Polo Norte hasta el Polo Sur. Este campo es invisible, pero tiene líneas de fuerza que envuelven el planeta, como si fueran los hilos invisibles de una red. Hasta aquí entiendo bien.

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.