Por Edmée Pardo
Cuando era niña el periódico llegaba volando a mi casa. El repartidor lo lanzaba por el aire desde su motocicleta hasta la puerta donde íbamos a recogerlo. El formato tabloide era muy difícil de manejar para mis cortos brazos, pero me fascinaba ver a los grandes dar vuelta a las páginas sobre todo lo ancho de una mesa. Para qué y qué leían no lo sabía, pero requerían silencio para comprender lo que el gesto serio absorbía. Cuando estudié la carrera de sociología leí hasta tres distintos periódicos diarios para entender las versiones de un mismo hecho según el ángulo editorial. Entendí que eran los periodistas los hacedores de ese mundo impreso en blanco y negro. Pero desde que los medios electrónicos, la radio, la televisión, las redes sociales ganan presencia, la mayoría de las veces ya casi no leemos directamente la prensa, nos enteramos de algunas notas, generalmente masticadas, sobre algún tema de interés.
Detrás de muchos reportajes y noticias hay periodistas que arriesgan, literalmente, la vida para crear un contrapeso con el poder. Sus palabras generan un impacto en los ámbitos políticos y sociales. Recuerdo, por solo mencionar algunos casos el de Nayeli Roldán, Manuel Ureste y Miriam Castillo que en 2017 evidenciaron “La estafa maestra” y revelaron el desvío de más de 7 millones de pesos a través de universidad públicas y dependencias de gobierno y que le costó la libertad a Rosario Robles, titular de SEDESOL y SEDATU; o el de Anabel Hernández que en su libro Los señores del narco documentó las redes entre crimen organizado y ciertos funcionarios como Genaro García Luna; o a Marcela Turati que en su sitio web adóndevanlosdesaparecidos.org revela las historias más oscuras y dolorosas del país.
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