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Por Edmée Pardo

¿Conocemos a alguien que guste de leer los instructivos? Yo, no. La mayoría de las personas se resisten a ellos. Un fenómeno fascinante, muy mexicano y en un triple salto mortal, quizá hasta universal que bien podría ser tema de una tragicomedia literaria. A pesar de que los instructivos están diseñados para simplificar la vida y sus proveedores los realizan con el objetivo de ser leídos, entendidos, y puestos en práctica, la mayoría de las personas les hacen la ley del hielo, los “gaslightean” o de plano los ven como enemigos mortales. Quizá sea el diseño: papel muy delgado, impresos a una sola tinta, letras pequeñas y gráficos minimalistas que parecen acertijos; eso sí en 7 idiomas distintos no tan fáciles de distinguir unos de otros.  La resistencia está incrustada, según mi hipótesis de psicóloga graduada de Instagram, en el ADN colectivo. Leer un instructivo implica admitir que necesitamos ayuda, y claro, ¡eso nunca de los nuncas

¿Quién necesita un manual cuando se puede confiar en la intuición, en lo amigable del producto, en el ensayo y error? Alguna vez mi asistente y yo compramos un escritorio para armar con el método "es muy lógico, vamos por orden". Nos sobraron muchos tornillos al final de un endeble ensamblado que fueron envueltos con… las hojas del instructivo. La ironía es que este rechazo a leer instructivos suele costar más tiempo, paciencia e incluso dinero (cuando las cosas se rompen), pero, eso sí, el ego queda intacto.

Quizá, lo que es realmente doloroso de aceptar, es que el instructivo grita con sus letras pequeñitas  nuestras incapacidades e ignorancias y de eso ya tenemos demasiado.  Desde la más tierna infancia vivimos con alguien que nos instruya y desde entonces queremos responder a pleno pulmón “yo lo hago a mi modo y como se me dé la gana”.

Gracias a los  tutoriales de youtube y de tiktok  podemos seguir instrucciones y métodos para solucionar problemas sin necesidad de asomarnos a los instructivos, porque ahí reside el verdadero meollo del asunto: en la lectura, en nuestra incapacidad para entender lo que se escribe ya sea por nuestra incompetencia lectora o la incompetencia redactora de los fabricantes.  A este respecto, quisiera contar que en la casa familiar la caldera tiene su truco de encendido que misteriosamente resuelvo bastante bien. Por más que he redactado, usado fotos y diagramas, a modo de instructivo, para que cualquiera pueda activarlo, la gran mayoría sigue sin comprender la manera de realizarlo. Otra hipótesis es la falta de familiaridad con el producto o proceso y ahí su dificultad: la mente no entiende lo que no conoce, y no conoce lo que no entiende.

Mi propuesta es escribir los instructivos con humor, con grandes ilustraciones para crear fascículos coleccionables. Imaginemos una  guía de horno microondas que dijera: "¡Felicidades por comprar este horno! Antes de usarlo como secador de calcetines, lee esto para evitar electrocutarte y un TikTok viral de tu desgracia."  ¿Funcionaría?

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@edmeepardo

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