Por Edelmira Cárdenas
Quienes compartíamos hace algunos años la emoción de tomar un café entre amigas solíamos centrar nuestras conversaciones en la búsqueda de emociones, travesuras y aventuras: “Quiero un sexo más apasionado”, “que me tomaran de la cintura con fuerza para desmoronarme con un beso”, etc. A medida que avanzamos en construir, muchas veces nos encontramos atrapadas en la rutina y las responsabilidades, olvidando la chispa de la travesura que una vez iluminó nuestras experiencias. Aunque a menudo eran vistas como caprichos de juventud, en realidad eran las que alimentaban nuestra vitalidad y entusiasmo por la vida. Tal pareciera que cada etapa de la vida trae sus beneficios, pero también sus maleficios.
Poco después vinieron las tertulias donde las mujeres nos reuníamos para hablar de nuestras historias (en esta etapa ya no les llamábamos travesuras, sino que dignamente las colocamos como aventuras). Diría una gran amiga: aventuras, pero con mayor “madurez”; con mayor inteligencia, decía otra. Cuando alguna de nosotras narraba un momento de aventura sexual, el silencio se apoderaba del grupo, bajábamos el tono de voz y, con adrenalina que agudizaba nuestros oídos, escuchábamos entre carcajadas, en complicidad y poniendo atención a la historia de alguna arriesgada que se aventuró: en tener sexo en el baño de un avión, se contactó en Tinder, experimentó un sexting o se masturbó con un nuevo juguete.
Cuando nos hacemos mayores, es común que las travesuras se conviertan en un recuerdo nostálgico, relegadas a anécdotas de una época que parece lejana. Las conversaciones han cambiado; ahora giran en torno a los estragos de la menopausia, las exigencias del trabajo y la vida en pareja. Sin embargo, es fundamental recordar que, independientemente de la edad, la travesura no solo es deseable, sino esencial para sentirnos vivas.
La novedad y el atrevimiento son combustibles para nuestra energía y creatividad. Cuando nos permitimos ser traviesas, nos abrimos a la posibilidad de experimentar la vida de manera más intensa. La travesura alimenta la curiosidad y la exploración, lo que a su vez estimula nuestro cerebro y nos mantiene mentalmente ágiles. Desde pequeñas travesuras cotidianas hasta aventuras más audaces, cada experiencia nos permite reconectar con nuestra esencia y recordar la alegría de sin restricciones.
Las travesuras, lejos de ser actos irresponsables, son en realidad actos de valentía. Nos permiten desafiar las normas establecidas y explorar nuestra sexualidad y deseos sin miedo al juicio. En una sociedad que a menudo espera que las mujeres se comporten de manera “adecuada” a medida que envejecen, es crucial desafiar estas expectativas y recordar que el deseo de aventura y placer no tiene fecha de caducidad.