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Por Consuelo Sáizar de la Fuente
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En la edición número 30 de la Feria del Libro de Monterrey 2022, Ángeles Mastretta contó cómo conoció a Héctor Aguilar Camín durante una fiesta de cumpleaños: “nos presentó Carlos Monsiváis en una fiesta de cumpleaños”, precisó. A Carlos lo escuché varias veces hablar de esa celebración, memorable no solo por el primer encuentro entre dos figuras míticas de nuestra vida cultural.

José Emilio Pacheco, por su parte, me habló en varias ocasiones de la mañana en que Carlos lo presentó con Cristina en una oficina abarrotada de libros en Ciudad Universitaria.

“Cristina era bellísima”, decía Carlos, “bellísima: divertida, oportuna, cálida. Era lógico que José Emilio se prendara de ella”, sí, ese era el término que usaba Carlos para describir aquella atracción, que dio paso a uno de los diálogos literarios más poderosos de una pareja decisiva de “la patria de la ñ”

Una vez, al salir de una obra de teatro, coincidimos con la cantante Sagrario Baena y el futbolista Enrique Borja. Carlos los abrazó con gran afecto, conversamos largo con ellos y, al despedirnos, me susurró: “ni ellos sabían que eran almas” (dijo engolando la voz) “hasta que los presenté”

Finalmente, quien esto escribe fue protagonista de una cuarta historia: el 4 de mayo de 1996, durante su cumpleaños número 58, Monsiváis me presentó a Julia, mi ahora esposa. El encuentro tuvo algo de coreografía, esos ritos sociales a los que Monsiváis era tan afecto, y que son de sus aspectos menos conocidos.

Entre los innumerables registros de Carlos —cronista ubicuo, crítico feroz, intelectual incisivo, defensor inagotable de los derechos civiles, insaciable coleccionista, memorioso inigualable, cantante aficionado de boleros, extra cinematográfico prescindible— una de sus cualidades clandestinas era su capacidad para producir encuentros impensables entre quienes estaban destinados a amarse. Su éxito obliga a concederle, sin regateo alguno, el título de precursor del Tinder, ese recurso de redes geosociales (como se autodefine) que apareció dos años después de la muerte de Carlos.

Monsiváis fue el practicante compulsivo de una suerte de algoritmo humano, basado en la intuición, la pertinencia de las conversaciones, la lectura cuidadosa de gestos y la empatía hacia intereses y deseos aún no formulados claramente por los involucrados.

Carlos auspiciaba vínculos que se transformaban en amores permanentes. O al menos, los cuatro casos aquí citados hablan de su acierto de cupido.

El canon de los afectos

El libro Nostalgia de Monsiváis, convocado por Marta Lamas y Rodrigo Parrini para recordar a Carlos a quince años de su fallecimiento, permitió a los treinta y seis participantes evocar a nuestro amigo en su dimensión más íntima. Cada amistad con él tenía un carácter único, y transmitía a una multitud la sensación de que cada uno éramos su amigo más cercano.

Las páginas del libro, publicado por Siglo XXI, son la certificación del canon de los afectos de Carlos. Ofrecen una mirada polifónica sobre el cronista al que nada le fue ajeno, una concatenación colectiva de muchos de los personajes con los que compartía esa intimidad a la que lo público nunca le fue ajeno. Con ellos mostraba la acidez que le permitía caricaturizar a todo aquel que osara cruzarse por su mirada. A ellos les permitía observar el Hermenegildo Bustos que conservaba en su recinto más íntimo, y los invitaba los sábados a ver cine en su casa y los domingos a comprar antigüedades en la Lagunilla.

En el texto que publico, “Es la historia de un amor”, recordé dos momentos centrales de nuestra amistad. Por supuesto, el día que lo conocí. Impactante. A mis 24 años, no había conocido a nadie como él: ¡lo sabía todo, o eso nos hacía sentir! A partir de ese julio de 1986, mi vida se llenó instantáneamente de nuevos amigos, títulos, autores, películas y canciones que me habría tomado décadas conocer y estudiar. Fui testigo de la magia de sus palabras y de su capacidad para crear esas obras de arte efímeras que son los aforismos: “soy más curioso que digno”, me dijo un día que decidió acompañarme a una boda a la que no había sido invitado.

Y hago memoria también del segundo momento fundamental: cuando me presentó con Julia de la Fuente, mi ahora esposa. En una reunión de cerca de veinte personas, solo nos presentó a ella y a mí. Años después, con la popularidad de las aplicaciones sociales, descubrí que Carlos había sido un precursor del Tinder: su memoria era su archivo, su capacidad sináptica funcionaba como algoritmo para identificar afinidades, y su afecto era la ventaja competitiva frente al recurso electrónico.

El legado de las relaciones

Susan Sontag, tan admirada por Carlos, habría interpretado esta capacidad para reunir personas como una manifestación radical de sensibilidad cultural, una respuesta poderosa a la fragmentación de vínculos contemporáneos. Monsiváis no actuaba desde una inteligencia aislada o superficial; entendía la cultura mexicana como una trama compleja de emociones y afectos. Su domicilio en la colonia Portales era un epicentro de ideas y sentimientos, un lugar fértil donde las conexiones humanas adquirían profundidad y permanencia.

Nostalgia de Monsiváis ofrece una mirada caleidoscópica sobre una figura compleja e irrepetible. Las 36 voces que integran este libro descubren al intelectual desde múltiples ángulos: su humor irreverente, su compromiso con diversas causas, y su inagotable talento para transformar lo cotidiano en memorable. Cada testimonio revela una faceta diferente de Monsiváis, recordándonos que detrás del cronista público e intelectual reconocido habitaba siempre un hombre de profundas emociones, conexiones humanas indispensables y amistades duraderas. 

Al final, no lo extrañamos tanto por sus palabras, sino por la impecable coreografía de vidas que, a pesar de su ausencia, aun nos hace bailar.

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@CSaizar

Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.


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