Por Consuelo Sáizar de la Fuente
Sí, nos vemos allí a las 21:30, dijo Carlos. Sí, Zarco 202, entre Luna y Estrella.
Carlos colgó el teléfono y dijo simplemente:
- Terminando la película, ¿quieren ir a ver a una cantante que tiene un nombre inigualable: “Paquita, la del barrio”?. Jorge Miranda dice que es un verdadero talento.
Subimos al auto alrededor de las nueve de la noche, y llegamos al barrio bravo de la Guerrero diez minutos antes de las diez. El taller y las oficinas de la Editorial Jus, donde yo trabajaba, estaban a dos cuadras de Zarco, justo en medio de las mismas calles, Luna y Estrella, así que no fue necesario consultar la Guía Roji para llegar. Dejamos el auto en un estacionamiento cerca de la casa que ostentaba un gran letrero en la fachada, “Restaurante Bar Casa Paquita”, una construcción típica de esa colonia fundada durante el porfiriato.
Carlos, y los cuatro amigos que lo acompañábamos, entramos a un sitio sin tiempo, (“arqueológico” lo califica Monsiváis al instante: ”así fue o así debió ser la ciudad hace cincuenta años, cuando se disponía del tiempo suficiente como para que nadie lamentara la pérdida de tiempo”), a una amplia habitación rosa, con un par de decenas de mesas y una pista al centro, donde cantaría aquella que nos había convocado.
Alrededor de las once de la noche, con el local lleno a reventar y con decenas de cervezas en todas las mesas, salió a la pista empuñando un micrófono inalámbrico una mujer sin edad, con exceso de peso, kilos de maquillaje en un rostro impasible y una voz que hipnotizaba.
Recuerdo a Carlos escucharla con fascinación, tararear las canciones que conocía y tomar algunas notas apresuradamente para posteriormente escribir una crónica, pero lo recuerdo -muy especialmente- sacudido de risa al escuchar por primera vez el grito de guerra de Paquita, ese “¿Me estás oyendo, inútil”?, que la inmortalizaría.
Para Monsiváis, Paquita la del barrio tenía una voz que “la afiliaba a la tradición de las grandes boleristas: Elvira Ríos, María Luis Landín, Amparo Montes, Ana María González, Rebeca, María Victoria, Chelo Silva, las que según consigna el locutor, ´bañaron su voz en las aguas del Arrabal´”.