Document
Por Claudia Pérez Atamoros

En México se habla “al puro chile”. Sin ornato, sin filtro. Se usan expresiones que nos convierten en dicharacheros consumados. Aquí la sintaxis emocional no se aprende en la RAE, sino en la fila del tianguis —¿Qué le doy marchantita? También en el taxi que “va hecho la madre”; y hasta en la casa donde todos “están pelas”. Acá el chavo y el ruco, incluso el chavoruco, viven, sufren, aman y subsisten echando mano de un idioma paralelo donde los números, las frutas y los dichos hacen las veces de sustantivo, verbo y...  terapia colectiva. 

En nuestro país se habla con el estómago: “ya me dio el mal del puerco”; con la puritita entraña, “me lleva la chingada”; con la cartera vacía, “no traigo ni un quinto”; y hasta con el alma “tronada” por una situación muy “gacha”. 

Y por eso, lo primero que uno tiene que entender para descifrar al mexicano no es su historia oficial ni “su papelito habla”, sino su manera de decir. Aquí no se pregunta cómo estás: se diagnostica con código popular. Si dices “ando del nabo”, probablemente andas con muchos pedos. “Me anda del dos”, ya es crónica de un colapso intestinal. Y si alguien te dice que se siente “dos que tres”, no te emociones: eso es sobrevivencia disfrazada de optimismo, anda agüitado, pero ni madres que vaya a cantar…

El lenguaje numérico en México no sirve para pagar impuestos ni cuadrar presupuestos, sirve para contar la vida… y exhibir la homofobia machín: cuarenta y uno, safo. 

“La tercera es la vencida”, y ahí le sigues de wey a pesar del madrazo anterior.  

“Me pusieron un cuatro”, ya te chingaron. Y ahora ya no tienes ni en donde caerte muerto.

“No hay quinto malo”, mejor ni le sigas porque sí hay y nunca nada está tan mal que no pueda ponerse peor y te va a provocar un tramafat.

“Me quedé de a seis”, suele pasar cuando tu princesita te sale con “su domingo 7” … 

Ándale si tú, ajá, ¡ni qué ocho cuartos!

Cada cifra es un espejo de nuestra neurosis cotidiana. Aquí las matemáticas no fallan: nos delatan. Nos sirven para redondear. Y cuando las palabras no alcanzan, el mexicano saca su calculadora emocional y le pone sazón al drama con exactitud supersticiosa. Acuérdate nos dicen que “del plato a la boca se cae la sopa” y que “cada oveja con su pareja”. Es costumbre popular, aunque a nuestras “jefecitas” les del telele nomás de oírnos. De lengua me como un taco. Y ya bájale de huevos porque en una de esas te agarran a putazos. 

Pero si los números dicen mucho, las frutas lo gritan todo. No somos ni dulces ni ácidos: a veces gachos y bien fresas, pero también, tronamos como ejotes. Y aunque sabemos que el que tiene más saliva traga más pinoles, ahí andamos buscándole las chichis al chichicuilote.  Nos enamoramos de quien está como mango y cuando nos rompen el corazón, le echamos limón a la herida y terminamos bien achicopaladas. Aquí no se desaira: se manda a freír espárragos. No se cuentan chismes: se saca la sopa. No se ignora: “nos vale cacahuate”. Y si alguien te fastidia, no lo golpeas: le partes la mandarina en gajos a ese hijo de la guayaba y de seguro ya le cae el veinte de que no debe andar buscándole tres pies al gato. Y es que no todo es con melón o con sandía. Si ni así entiende, entonces le das unos buenos tehuacanazos. ¡No manches!, ¿cómo de que no?, aquí hablamos y hacemos de tocho morocho y de a grapa.

La fruta en México no se come: se lanza como recurso lingüístico. Chaparrita cuerpo de uva, chiquita pero picosa. Eres mi media naranja. En este país, hasta una ensalada puede ser declaración de guerra. ¿Qué te pasa, calabaza? ¿Te importa un pepino? El mexicano no insulta: cocina el lenguaje con fuego lento, y lo sirve con doble sentido y chile al gusto. Mejor no le busques, ese güey está bien mamey, aunque camine chueco. Ya sácate esa papa de la boca, y naranjas que vas a venderme piñas, a mí tu choro no me marea.

SUSCRÍBETE PARA LEER LA COLUMNA COMPLETA...

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.