Document
Por Claudia Pérez Atamoros

A ti Diego Tinoco por acercarme a su literatura. Y por leerme.

 Antes de que la novela policiaca en México se llenara de balas, narcos y detectives con resaca moral —y se  convirtiera en un desfile de agentes fronterizos, sarcasmos callejeros y cadáveres con credencial del PRI—, hubo una mujer que supo ver en el crimen algo más que balística y testosterona; y encontró una vía para narrar al país con una fina ironía, eso sí, más filosa que una navaja de afeitar y sin hacer alarde de su pluma ni pistola al por mayor, escribió el primer crimen con elegancia mexicana, su nombre: María Elvira Bermúdez.

Nacida en Durango en 1916 y fallecida en la Ciudad de México en 1988, Bermúdez fue muchas cosas: abogada (de las primeras que se atrevieron a plantarse en la Escuela Libre de Derecho, sin bigote, traje o apellido de abolengo,), traductora, crítica literaria, profesora, y también actuaria de la Suprema Corte de Justicia —esa misma que hoy parece audicionar para novela de realismo mágico, mal escrita por un guionista distraído al son de un narcocorrido  y que al parecer está presta para ver entrar, por la puerta del congal pueblerino, a un séquito de abogansters…

Pero por encima de sus títulos, fue pionera en el más misterioso de los géneros: el policial. No sólo escribió la primera novela policíaca publicada por una mujer en México (Diferentes razones tiene la muerte, 1953), sino que creó a la primera detective mujer de la literatura latinoamericana, María Elena Morán, en su cuento Detente, sombra (1961). Y eso, queridas lectoras y lectores, no se dice todos los días con el café de la mañana y mucho menos se lee en el periódico matutino. A la mujer se le sigue ignorando y chiquiteando sus logros.

A lo largo de su carrera, Bermúdez escribió una novela, trece cuentos policiacos y una decena de ensayos que diseccionan al género con bisturí fino en un tiempo en que la literatura de crímenes aún era vista como un entretenimiento menor de mujeres solteronas o una excentricidad importada de Inglaterra. A ella ese prejuicio se le resbaló como mantequilla y con un profundo conocimiento del canon —que dominaba como crítica y traductora— retrató con su mirada afilada a la sociedad de su tiempo.  Con su estilo propio, con su prosa que contiene la sobriedad de una sentencia judicial, la ironía sutil de una conversación de sobremesa y una inteligencia que no se anuncia, pero deslumbra.

Su novela, Diferentes razones tiene la muerte, recientemente reeditada por la UNAM en la colección Vindictas, es una joya de orfebrería literaria. Lejos del thriller vertiginoso o la nota roja en estéreo, Bermúdez construye un caso donde lo que importa no es tanto quién mató a quién, sino por qué. Con un tono contenido y minucioso, retrata las tensiones de una familia de clase media alta con más secretos que vajilla de bodas o recetas de rompope. La muerte, ahí, no es un accidente, sino la consecuencia —lenta, inevitable— de una sociedad que ahoga. Leerla es entrar a un México de salones cerrados, abogados discretos y apariencias que pesan más que la culpa. 

En su obra está presente el detalle psicológico, el retrato social espléndido de la época y una estructura narrativa que da cátedra. En ésta, su única novela, predominan los silencios densos, las apariencias intocables y las tensiones larvadas que terminan en muerte, en crimen. Es una joya donde se aprecia el clasismo, la represión y el deber mal entendido. El detective Zozaya, no soslaya nada. Observa, deduce y deja en claro que en México se puede matar sin levantar la voz.

SUSCRÍBETE PARA LEER LA COLUMNA COMPLETA...

Mujeres al frente del debate, abriendo caminos hacia un diálogo más inclusivo y equitativo. Aquí, la diversidad de pensamiento y la representación equitativa en los distintos sectores, no son meros ideales; son el corazón de nuestra comunidad.