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Por  Bárbara Anderson
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México en su mayoría eligió tener un nuevo administrador a cargo de la gerencia del país. 

Esta organización de la que todos somos accionistas arranca con una nueva dirección general. 

Es un contrato por seis años, sin posibilidad de renovación. 

El contrato tiene un cláusula que le permite rendir un exámen intermedio -revocación de mandato- (una especie de evaluación 360 grados) y nuevamente la organización decidirá si se queda o no en su puesto.

Esta nueva ejecutiva  recibirá un sueldo pagado por nosotros, los accionistas, para cumplir con su rol. Tendrá las prestaciones de ley más una vivienda, viáticos y un equipo de apoyo. 

Lejos de los que estaba acostumbrada el área de recursos humanos, esta vez no hubo sesgos y fue elegida como directora una mujer y no importó que no fuera de la religión más profesada en el país. 

Desde hoy 1 de octubre, Claudia Sheinbaum es nuestra directora de operaciones a cargo de los pendientes -no pocos- de esta compañía centenaria, que por muchas décadas fue como una empresa familiar, donde el mando se pasaba de heredero a heredero. 

Como toda administradora que debe responder a quienes la sentaron en la gerencia de esta enorme organización de más de 120 millones de personas, debe rendir cuentas por sus decisiones, tiene que procurar lo mejor para el futuro de la misma, disfrutar de los éxitos pero también ser responsable de sus errores. 

Suena muy mercantilista, pero es más bien pragmatismo: a partir de hoy debemos cambiar nuestra posición y exigir a quien pusimos a cargo del país que cumpla las promesas por las cuales se ganó su cargo, supervisar sus obras, el uso adecuado de los recursos y que cubra sin discusiones con los indispensables de su rol: proveer la mejor salud, seguridad, educación y justicia. 

La presidenta de México es la administradora -no dueña- de los recursos nacionales por seis años. El ahora ex presidente Andrés Manuel López Obrador, dijo hace un par de años desde su conferencia mañanera “quisieran que los presidentes fueran sus empleados y el presidente de México sólo debe de tener como amo al pueblo”.Pues sí, suena un poco medieval pero solo los esclavos tienen amos. Y, que no se nos olvide: somos empleadores. A partir de hoy 120 millones de pares de ojos atentos a lo que se haga en este nuevo rol, donde no hay que permitir que haya actos de corrupción (no importa que lo nieguen sobre las cenizas de sus padres). El peor enemigo del ladrón con fueros es una población despierta. Todos queremos lo mejor para esta organización.Pero a partir de hoy todos exigimos a nuestro equipo directivo porque demasiado poder ya les dimos. Que no sea gratis. 

Exigir transparencia, porque si es lo primero que quiere evitar un gerente ¿quizás habrá alguna razón de fondo? Exigir resultados, no los que le sirvan a su discurso sino lo que funcionen para el bienestar general. Tenemos que estar informados y alertas para detectar cuando nos están tratando de ver la cara y tener las herramientas para discutir con fundamentos y pelear por lo que es justo. Ayer se acabaron los slogans, los puños en alto y los templetes. Hoy comienza una nueva administración y eso nos convierte en inspectores plenipotenciarios de un gobierno que debe arremangarse y hacer lo que corresponde. El ideal constitucionalista dicta que el poder fluye de abajo hacia arriba, el ciudadano es rey, los estados son soberanos y delegan en la Federación una serie de atribuciones y responsabilidades bien reglamentadas para “proveer al bienestar general”.El resto son espejitos de colores.

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@ba_anderson

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