Por Aribel Contreras
Hoy hace tres años sucedió lo que tanto se temía: Rusia invadió Ucrania. Por un lado, Putin es un personaje que vive la añoranza de hacer de Rusia lo que fue en su momento el Imperio ruso, por lo que ha construido narrativas neonacionalistas a costa de destruir la seguridad internacional y justificar su “operación especial”. Sin duda, es un dictador que lleva en el poder (de manera directa e indirecta) 25 años y que ha violado el derecho internacional de manera abierta y descarada. La gran cantidad de sanciones impuestas por Occidente lo han impulsado a buscar compradores internacionales sustitutos de energéticos, granos y metales. De igual manera, creó nuevas alianzas o fortaleció las preexistentes con gobiernos que se han declarado ‘neutrales’ porque es mejor lavarse las manos antes que ensuciarlas defendiendo la Carta de la ONU.
Por otro lado, Trump lleva cinco semanas teniendo la llave —por segunda ocasión— que abre la Oficina Oval de la Casa Blanca y pareciera que lleva el mismo tiempo que Putin en Rusia ante todos los tsunamis políticos que ha ocasionado. Su visión neoimperialista es tan similar a la de Putin que cada vez se parecen más. El presidente de Estados Unidos habla de regresar a la “era dorada” del país. Tal parece que esa es su base ideológica para querer: i) Comprar Groenlandia, ii) Hacer de Canadá el estado número 51, iii) Controlar nuevamente el Canal de Panamá, iv) Imponer su propia agenda por encima de la agenda global, v) Alejarse de Europa, vi) Acercarse a Rusia, vii) Apoyar a los partidos y gobiernos de derecha y ultraderecha para expandir su proyecto MAGA, viii) Usar el neoproteccionismo donde los aranceles son el arma de negociación para temas políticos, y ix) Mover el tablero mundial con sus propias reglas.
Cuando en campaña él hablaba de resolver la guerra en Ucrania, nunca mencionó que usaría como estrategia el ningunear al país y pisotear su dignidad. Jamás nos imaginamos que acusaría a Zelensky de ‘provocar’ al enemigo y de catalogarlo como dictador. Cuando es obvio que, por la ley marcial (por estar en guerra), no se pueden realizar elecciones. Ucrania ha vivido durante 11 años siendo vecino del enemigo, pero ahora todo parece que tiene a dos adversarios: Putin y Trump. El primero por invasor y agresor, y el segundo (transatlántico) por neocolonialista.
Sí, tal parece que estamos en tiempos de un neocolonialismo, ya que no solo no incluye a los ucranianos en las negociaciones ni a Europa, sino que además se siente con el derecho de repartir el 20% del territorio a Rusia y del otro 80% disponer de sus minerales críticos y tierras raras. Esto para él no está a discusión, como tampoco el anhelo de Ucrania de ingresar a la OTAN. Pero tampoco le da garantías a su seguridad, ya que ha rechazado poner tropas de Estados Unidos o de la OTAN. Todo lo anterior lleva a Ucrania a estar en un laberinto sin salida: seguir con la guerra con pérdidas humanas, ecocidios y destrucción de infraestructura o firmar un “contrato de paz a cambio de sus recursos naturales y endeudado por años”.