Por Adela Navarro
En el punto número cinco de las diez máximas que Claudia Sheinbaum Pardo entregó, vía epistolar, a su partido Morena, a manera de su participación en el Consejo Nacional en calidad de militante con licencia, consigna que no deben convertirse en un partido de Estado. La lectura fervorosa que hizo la líder morenista de las palabras de la Presidenta, arrancó varios aplausos, y confirmó que son eso que no quiere ser: un partido de Estado, un partido hegemónico, dominante, influyente, concentrador de poder.
Incluso, la falsa “sana distancia” de Presidenta y partido quedó evidenciada con el envío de la carta que, por sobre todo, tiene como objetivo darle rumbo político, formación y sentido al partido en el poder. Las palabras de la mandataria fueron lo más trascendente de la reunión morenista, donde aún resuena el nombre del ex presidente como su líder fundador ante la apenas perceptible participación de su vástago, Andrés López Beltrán.
Claudia Sheinbaum tuvo para todos. Tiró dardos que dieron en el blanco. Aunque en su retórica intentan ser vistos de otra forma, se confirman como lo que son: el partido de Estado que controla las cámaras legislativas, el Poder Ejecutivo y va por el control del Poder Judicial. El partido que aprueba por aplastante mayoría todo lo que la presidenta quiere, el partido que tiene 23 de 32 gubernaturas estatales y la mayoría de los municipios y, por supuesto, los congresos en los Estados.
La mandataria nacional se atrevió a decir que su partido, Morena, es el movimiento más fuerte “del planeta”, unido además sin hacer “pactos escrupulosos” como la derecha, dejando de lado los pactos que hizo con priistas y panistas como Miguel Ángel Yunes o Alejandro Murat, que ahora están en sus filas y apoyaron las reformas constitucionales por ella propuestas.
Exige a sus militantes “honestidad, humildad y sencillez”, alejarse de actos frívolos, del consumismo y el dinero cuando gobernadores, gobernadoras, alcaldes y legisladores, como Fernández Noroña, son dados a viajar en primera clase; a poseer relojes de alta gama como su secretario de Economía, Marcelo Ebrard, o su representante legislativo, Adán Augusto. Es notorio cómo la nueva clase política de Morena goza del dinero en su vestimenta y efectos personales.
Pidió una vez más que no haya en las filas gubernamentales de Morena, ni amiguismo, ni influyentismo, ni nepotismo, cuando el hijo del fundador de su partido, es el secretario general del mismo; o el padre de la gobernadora de Guerrero quiere sucederla en el cargo, cuando él fue quien le dio la nominación a ella cuando quedó impedido para ser candidato. Exige que todos los gobiernos de Morena se concreten a la “austeridad republicana”, que no se trasladen en camionetas de último modelo con decenas de escoltas, alejados de la sociedad, cuando es la nueva norma.
En Tijuana, el alcalde Ismael Burgueño -por cierto, dado a los efectos de lujo que adquiere, al igual que la síndico morenista en San Diego, California- acude a cualquier sitio, sea una colonia en la menor de las ocasiones y a restaurantes o reuniones, con cerca de 15 elementos de seguridad, que prácticamente toman las instalaciones. El derroche del erario es visible, y la protección que se auto proveen para proteger su integridad contrasta con la inseguridad que vulnera a la mayoría de la sociedad.
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