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Por Daniella Blejer

El desarrollo de la subjetividad de quien mira y anda en la ciudad expuesta a lo que la urbe tiene que ofrecer remite a una larga tradición de flânerie anclada en París. Desde que Charles Baudelaire convirtiera el andar por la ciudad en un acto artístico distintos poetas, filósofos y artistas se interesaron en esta experiencia y práctica espacial. 

En su ensayo “El Imperio de Charles Baudelaire”, Walter Benjamin reconoce la figura del flanêur como ícono de la modernidad: el poeta de a pie, un burgués que al callejear sin propósito definido experimenta las contradicciones características del capitalismo. Al entrar y salir de los márgenes de la ciudad el flanêur se pierde en el anonimato de la multitud, puede pasear por las galerías y tomar café junto a las damas de la alta sociedad, lo mismo que deambular por la periferia y beber con los indigentes y las prostitutas. Testigo de los tipos sociales formados por la disposición de la urbe, padece a su par la ansiedad ante la creciente urbanización y los avances tecnológicos e industriales.

Para los surrealistas la calle fue el patio de juegos para romper con las convenciones sociales. Junto a las narraciones de los sueños, la escritura automática, los conceptos de azar, coincidencias y juegos colectivos; el deambular surrealista fue una de las principales actividades del grupo bretoniano. En el vagabundeo, la ciudad se transforma en una intersección multifacética y móvil de encuentros, azares, acontecimientos no esperados, coincidencias ilógicas que resuelven los deseos del inconsciente.

En cambio, para Guy Debord y la Internacional Situacionista (IS), caminar es considerado un acto de deseo consciente. Interesados en disolver las barreras entre arte y teoría, la ciudad era el medio ideal para sabotear –mediante la creación de situaciones, la deriva urbana y la tergiversación– las divisiones sociales e institucionales. Inspirados en el filósofo marxista Henri Lefebvre, quien veía en la condición metropolitana un medio para activar el cambio social, la IS concebía la ciudad como el lugar de lucha contra la alienación del hombre moderno impuesta por la televisión, la publicidad y las lógicas del urbanismo.

Desde el ámbito teórico, Michel de Certeau, en su emblemático texto sobre las prácticas espaciales (en La invención de lo cotidiano, 1999), analiza la figura del peatón quien a través de su andar actualiza las posibilidades y prohibiciones del orden espacial. Esta práctica acuñada como “enunciación peatonal”, permite la elaboración de otro tipo de mapas, no el producto de una mirada total y totalizante, sino de aquellos que surgen de la mirada íntima que se asoma a los intersticios. 

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